Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad
y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una
canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que
entiendes que las palabras son amor.
Charles Warnke
La siguiente entrada la escribió Charles Warnke. Me llegó a mi correo
un 9 de junio de 2011 de parte de una colega que vivía, en ese entonces, en
Monterrey. Mi colega y amiga tiene dos libros escritos y varios poemas que me ha compartido. No entiendo porque me comparte sus poemas, si desde que estaba en la preparatoria (valga la redundancia) enamorado, como
siempre; un amor imposible, no me he atrevido a escribir algún verso para no
representar mi cursilería en los estrados de mi vida. Cuando recibí el correo,
me quedé maravillado tal como lo sigo estando. Warnke, es un escritor joven,
más joven que yo, aunque yo no soy escritor, pero su prosa me encantó y,
contrariamente a lo que hago con las cosas que me gustan, no lo compartí con
nadie. Con nadie excepto con la persona de la cual sigo enamorado.
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De Pablo Picasso: La lectora (1920) |
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A ella le gustó, según me escribió en respuesta al reenviarle el
correo de la prosa de Warnke. Ella respondió que agradecía enormemente dicho
correo. Tal como se lo había explicado, la lectura me había hecho pensar en
ella, más de lo que ya pensaba. Había leído, con Warnke, el fundamento del amor
que siento por ella. Encuentro una manera hermosa en ella cuando escribe (y
cuando se expresa en su lírica). Leí su belleza en las letras de esta mujer, de
mi amiga cuya amistad depende de que mis sentimientos encuentren sepulcro en mi
alma.
Sal con una
chica que no lee (Por Charles Warnke)
Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa
mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de
borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la
encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca
incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con
trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe
para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado
por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y
deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto
que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que
todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el
amor. Tíratela.
Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con
ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre
intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un
muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado
y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan
demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que
pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y
déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita
cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito
moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.
Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario
habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que
se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y
asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al
mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas
se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los
que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto
de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha
importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca
hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera
en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata
de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en
una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta.
Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho
pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la
sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo.
Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado
cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión
que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que
ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de
amar.
Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una
chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que
una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz
de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que
analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad,
en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de
un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de
quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la
ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un
truco barato.
Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le
ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero
predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el
flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído
sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en
la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un
episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo
cinismo continuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya
empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su
vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su
camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una
vida bien vivida.
Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la
importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos
picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya
pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la
chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda
en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de
tristeza.
No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar
historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca,
o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de
un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida
tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la
ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es
magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y
el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no
soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con
alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este
escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida
que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el
siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio,
de verdad te odio.
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y
que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados.
Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde
los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en
su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que
siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio
cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo
las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora.
Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están
amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo
mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha
adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está
absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a
su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la
mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el
libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua
si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para
parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su
cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien
sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y
hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es
consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras
va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si
lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de
mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz,
diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo
tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de
escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una
y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que
durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que
las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela,
excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a
las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho,
prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un
par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del
libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un
concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la
próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha
estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la
historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros.
Ella les leerá a tus hijos The Cat in the
Hat yAslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los
inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro
mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer
capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para
darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor
estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a
salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.
http://thoughtcatalog.com/2011/dont-date-a-girl-who-reads/
Quino
Derechos Reservados ©
2012; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°,
5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.