martes, 31 de diciembre de 2019

2019


Quiero ser breve, porque es mucho lo que quiero decir y tú ya lo sabes. Si me pidieras describirte, lo haría de muchas formas, tengo muchas representaciones tuyas. En todas ellas te encuentro humana, con tus actitudes que me encantan o con aquellas en las que no te comprendo bien, con todas ellas tengo una forma particular de quererte.

Del mismo modo, la vida que hemos hecho juntos, aquella en la que decidimos separarnos o en la que decidimos reunirnos, ha tenido diversas formas en tan sólo este año. Me gusta cerrar los ojos y tenerte conmigo, me gusta creer que tendremos más oportunidades para seguir con esto que tal vez no tengamos cómo nombrarlo, pero lo tenemos.

Mi vida tiene otro sentido cada que tomas mi mano, cuando me miras y te sonríes, cuando me besas y acaricias mi rostro, cuando compartimos nuestro tiempo y nuestra vida. No sé si lo merezco. Créeme que eres bien correspondida.

Mi preciosa amiga. Quiero que se multipliquen para ti lo que deseas para tus seres más queridos. Que no te falte el amor y la amistad sincera, los viajes y la soledad, que aproveches la fortuna que te rodea.

domingo, 3 de marzo de 2019

El amor no es algo que se inventa, es observable

¿El amor tiene utilidad social?


La casi nula posibilidad de verla, me emociona y no significa que me equivoque. 


domingo, 5 de agosto de 2018

El síndrome de Anna Karenina

El síndrome de Anna Karenina

No hay edad para sufrir con una pasión amorosa. Lo negativo es vivir su dimensión enajenante. Este estado pasajero puede empañar la vida si se convierte en una búsqueda obsesiva


La recién y sorprendente versión cinematográfica de la novela de León Tolstói, Anna Karenina, se convierte en una buena excusa para mirar con ojos de hoy lo que conocemos como pasión amorosa. Más allá de la experiencia del enamoramiento existe una dimensión enajenante por su intensidad y descontrol que suele caracterizarse por una exaltación de todos los sentidos, una necesidad de fusión afectiva y un estado de dependencia de esos corazones apasionados. Viven en un sinvivir porque nada tiene sentido, nada existe y nada puede soportarse si no permanecen juntos. Están “pillados” el uno con el otro. Más que una alegría es un sufrimiento por ausencia o por suponer un trágico abandono. Como Romeo y Julieta, la vida no vale si no pueden amarse.

El amor es deseo, y el deseo es falta” Sócrates

Aunque para el estudio del comportamiento humano dichos síntomas se consideren un trastorno afectivo obsesivo, para la mayoría de las personas los “tórtolos” se encuentran tocados por un estado de gracia. Cupido, que, por cierto, según la leyenda, fue un niño abandonado, parece vengarse a costa de clavar sus flechas envenenadas de pasión a dos seres humanos, sin importar la edad, raza o condición, ya que se trata de juntar lo que en otras circunstancias sería extraño o imposible. Todo ello lo supo retratar Tolstói, en un perfecto ejercicio de definición de constructos psicológicos como la culpa, la redención, la búsqueda del bien y la caída en el pecado, el rechazo social y unos personajes que rondan el arquetipo.

Aunque a muchas personas les gustaría que la pasión durara toda la vida, lo cierto es que la asiduidad, la convivencia y las tareas domésticas acaban por matar ese deseo que se convierte en angustia cuando no puede ser poseído. Nada asesina tanto el deseo como su consumación. La ilusión queda desvelada cuando se descubre que, en efecto, no solo se puede vivir sin el otro, sino, incluso, mejor. Entonces, el amor debe de ser algo más misterioso que la pasión cuando se prefiere permanecer al lado de alguien.

Los estadios de la pasión

Los fenómenos pasionales que sufrió Anna Karenina son reconocibles en el estado agudo de enamoramiento: Una enorme atracción (necesidad afectiva). Identificación mágica con el otro (idealización). Fusión (sentimiento de reciprocidad). Proyección (verse a uno mismo en el otro). Exclusividad (fidelidad sexual). Atención concentrada. Magnificación del otro. Pensamiento obsesivo. Energía intensa, tanto emocional como sexual. Una capacidad empática desbordante.

No obstante, el amor apasionado se añora. Quien lo ha vivido quisiera repetir, al menos una vez más. Quisiera sentir la exaltación de los sentidos, la sensación de encontrar la media naranja, de completarse junto a alguien especial, de realizar por fin la ilusión de la relación perfecta. Todo amor es de ausencia o de trascendencia, proclamaba Platón. Esa idea instalada en la mente de tantas personas conlleva una búsqueda obsesiva que se traduce en montones de intentos frustrados por culpa de no acabar de encontrar esa persona “especial”. Viven de la falta porque se acostumbraron a ella. Por el camino dejaron un reguero de opciones reales que menospreciaron porque a todas les faltaba algo. No sintieron la pasión deseada en su imaginario. Así descubrimos que la pasión, como el sexo, suele merodear más en la cabeza que en ninguna otra parte.

Actualmente es observable la dificultad de muchas personas para emparejarse. Es algo más que una moda pasajera. Es la certificación de que nuestras vidas afectivas no superan la prueba de la intimidad. Un buen medidor para observar la realización personal de una persona es la profundidad de las relaciones y contactos íntimos que mantiene, los sentimientos que se permite experimentar y la disposición a dar y recibir, a la reciprocidad. Tal proceso se enturbia muchas veces cuando aparece el síndrome de Anna Karenina.

Anna Karenina, mujer enérgica y honrada, queda prendada del caballero y militar Vronsky hasta romper con las costuras de su propia condición de mujer casada, en una sociedad aristocrática rusa decadente, falta de valores y preñada de hipocresía. La protagonista es capaz de trascender su propia historia, las costumbres sociales, un marido de alta alcurnia e, incluso, en el más doloroso de los casos, a su propio hijo. Todo por ese enamoramiento.

El enamoramiento es un estado de miseria mental en que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza” José Ortega y Gasset

No obstante, su incondicional entrega se corresponde a medias con la de su amado. Aunque al principio Vronsky se desboca por lograr su apreciado trofeo, luego caerá en lo que Schopenhauer advirtió: el aburrimiento. Allí donde ella empuja, él solo frena. Allí donde nació la pasión, ahora pervive la frustración. Se hizo realidad la visión de que en-amor-miento, es decir, que los estados afectivos alterados filtran una manera de ver el mundo errónea. Fiarse solo de los sentidos conlleva después el doloroso ejercicio de abrir los ojos y no reconocerse. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Cómo se puede estar tan ciego?

No sería justo culpar a la desairada Karenina, puesto que puso toda la carne en el asador. Se entregó. Se rindió a la pasión y quiso creer que su altivo caballero la seguiría al fin del mundo. El delito de Anna, su único y gran error, fue su inmediatez, dejarse llevar por sus sentimientos sin tener en cuenta los de los demás. Con algo más de paciencia, con algo más de cordura y con los ojos bien abiertos se hubiera dado cuenta de la inconsistencia de su amado. Pero eso es lo que ocurre cuando solo hay pasión: mucha intimidad y muchas hormonas, sin tiempo de que crezca una verdadera raíz fruto del vínculo.

Anna Karenina se condenó por su empeño en querer a quien no la podía querer. Ese es su síndrome, el que sufren los que aman ciegamente, es decir, sin darse la oportunidad de encontrarse con el otro. Aman una idea y aman sus propias sensaciones. Pero no se dan cuenta de quién tienen delante, porque solo pueden ver su propio reflejo, como Narciso. Embriagados por la euforia confunden el amor a sí mismos con el amar.

Lev Nicoláievich Tolstói jugó en su novela una carta extraordinaria. Compaginó la historia de Anna Karenina con la de Levin y Kitty. Él, un joven campesino, sencillo y poco hábil en el arte de la seducción. Ella, una princesita aristocrática enamorada y despreciada por el mismo hombre que su rival Karenina. Superadas sus adolescentes expectativas, al final decide darle una oportunidad a Levin. Se van conociendo. El vínculo se fortalece hasta el compromiso. Una vez juntos, Kitty se traslada a la casa parental de Levin en la que da muestras de una actitud madura, sensible e, incluso, compasiva al cuidar a su suegro enfermo. Es otro tipo de entrega. Más que una pasión de los sentidos es una calidez interior. Más que grandes e intensas emociones, son pequeños gestos cargados de amor profundo.

El deseo es potencia; el amor, alegría” Spinoza

Dos en amor. Dos corazones que viven en la alegría de estar juntos. No hacen falta grandes exaltaciones, aunque bienvenidas si las hubiere. Muchas personas hoy hablan de sus relaciones sin nombrar la palabra enamoramiento. Se han conocido, se han gustado y han decidido emprender un camino o un proyecto en común. Vivir exaltadas, descontroladas, con necesidades fusionales propias de una niñez que no se ha actualizado no cabe ante un compromiso estable y duradero. No nos juntamos con otra persona para que siga siendo nuestro padre o nuestra madre, para que llene todas nuestras expectativas o se someta a todos nuestros caprichos.

Dos se juntan, pero no se mezclan. Dos se juntan, aunque forman una trinidad: tú, yo, y tú y yo. Dos en amor es para gozar, procurarse felicidad y cuidarse mutuamente. Sin dejar de ser ellos mismos. Es una experiencia única que permite un conocimiento profundo de uno mismo, a la vez que lo extirpa de su tendencia egocéntrica. Justamente lo que le faltó a Karenina. Solo se escuchó a sí misma. Quiso ver en su amado su propia pasión y quiso eternizarla. El amor auténtico, el amor duro, no se robustece de sensiblerías, sino de la alegría de saber que podemos contar con el otro, pase lo que pase. Es el amor de la reciprocidad, de la amistad y del ágape, de la ternura y de la compasión.


domingo, 31 de diciembre de 2017

Ciento setenta y cuatro días


¿Cómo expresar lo que me sucede cuanto estoy cerca de ti, o al menos cuando me siento cerca de ti?, puede ser de esta manera: “Leerte, escucharte, hablarte, buscarte, esperarte, pensarte... todo me lleva a quererte”. Sé que alguna vez lo has sentido, no sé cómo, por qué o con quién: me sentí muy querido cuando, en aquella habitación, me abrazaste al tiempo que decías: “todavía te quiero”. Me tomó por sorpresa y nunca creerás que por eso di un paso atrás tal que me desbalanceó (si tú misma lo habías predicho: “Te daría un beso y tú responderías con sorpresa. A lo mejor te quitarías y entonces te daría otro para que entendieras que no fue accidente”). Nunca había tenido una mayor certeza de lo que ambos sentimos y ha sido el mejor abrazo de mi vida. Mi corazón palpitaba de emoción sin ningún control y no habrá ideas en estas palabras para describir la sensación. No me quería ir, no quería dejarte ir. Quería que te quedaras siempre, que te quedaras en mi vida, que te ofrecía toda para hacerte feliz.

No sé cómo nombrarlo, quizá como una fugaz complicidad. Hice de todo por estar contigo. En la mañana había estado en el Congreso haciendo observaciones de la Ley anticorrupción frente a los diputados, a mi manera, me sentí como Ernesto Cardenal, “y tu sola mirada me hace temblar”. Estaba feliz por verte, pero fui con toda la incertidumbre. Obsequiarnos libros siempre fue un pretexto para vernos, o al menos para mí, para poder verte. Y así fue, nos citamos para que me dieras el libro de Estadística que, antes de que conocieras el método Konmari, me habías ofrecido. Con la inseguridad que no hice evidente, te acompañé a la habitación porque habías dejado el libro allí. En principio creí que lo habías olvidado en casa, hasta que me explicaste sobre el curso en la universidad que justificó tu hospedaje. No pensé que me llevarías contigo. Siempre estabas a la defensiva, siempre cuidando tu compromiso.

Esta vez fuiste distinta, distinta a la manera en que años atrás me tratabas cuando salíamos, en esas citas nunca declaradas. Guardé la calma. Contuve mis ansias por querer besarte. Todavía así me sorprendió el abrazo y esa confesión que no puedo olvidar. Todavía me quieres. Fue una gran revelación, porque no estaba seguro si al menos me apreciabas. -Yo también te quiero, . Te respondí mientras te apretaba contra mí en un intento de que te quedaras conmigo, como lo sentí desde los primeros días que te conocí: cerca de siete años atrás.

El beso en el cuello, apretar tus hombros, acariciar tu espalda y buscar tus labios. Te quería para mí y nada me importaba más que sentirte cerca. Sentirme enamorado y por primera vez me sentí muy querido por ti sin ninguna duda. Tan claro y terso como tus manos. Tus manos de dedos largos que tomé y anduve… que nos tomamos de la mano y anduvimos por Los Colomos. El jardín, los senderos, las personas, los árboles, las ardillas, los riachuelos que nos miraron juntos como dos amigos que intentan el juego del amor, el nuestro de fugaz complicidad, en aquella banca de Los Colomos. El brillo nuestro de un amor contenido hizo que mi sombra caminara junto a la tuya como mucho tiempo lo esperé.

Así me imaginé que podrían ser los días a tu lado: tu cabeza en mi hombro, mis caricias en tus manos, con tu sonrisa puesta en mis labios, en los interminables besos que no nos dimos. La tristeza de verte partir deteniendo con todas mis fuerzas mi voluntad por seguirte.

Nunca he sabido despedirme de ti. Nunca he encontrado una razón válida para destruir tu recuerdo. Ciento setenta y cuatro días qué no sé dónde ponerte en mi vida. No sé qué hacer conmigo. Mi tristeza no tiene olvido. Te quiero. Quédate conmigo. Te amo.


Se acabó.

sábado, 22 de abril de 2017

Una manera tierna


...
vos encontraste la manera
una manera tierna
y a la vez implacable
de desahuciar mi amor
...