sábado, 1 de septiembre de 2012

Por qué tenía duda de una “coma” en el poema de Benedetti


Me invitaron a una graduación la semana pasada. La persona que me invitó me había asistido en mi trabajo, es una mujer simpática y bien decidida. En la segunda quincena de junio, ya no se presentó a asistirme. Por dos días me quedé en silencio, es decir; no la busqué, sólo le seguía enviando instrucciones hasta que me mandó un mensaje al celular diciendo que estaba en una ciudad del sureste mexicano. Atravesó el país para verse con su esposo. No regresaría hasta su graduación y tuvo a bien de invitarme la misa y a la cena de gala.

Preguntó que si tenía a quién llevar, respondí que iría sólo. Ella contestó: “qué aventado”. Llevé mi cámara y mi tripie para regalarle una sesión de fotos con ella, su esposo, su familia, sus amigas y su graduación. Por un momento olvidé la razón por la cual no me gusta ir a esos eventos. Todos llevaban pareja si no sentimental al menos para conversar. Me la pasé en un rincón de una mesa sin pronunciar más palabras que: “me trae un seven con poco hielo”. Hubo un instante en que me comuniqué, vía mensaje de celular, con la mujer que quiero, pero cuando le dije en qué situación estaba, sólo me dijo que era bueno para conocer a más personas y deseó que me divirtiera sin volverme a contestar.

Era en medio de la madrugada y me daba pena moverme, esperaba que nadie notara mi presencia. Incluso posé mi cabeza en la mesa y me cubrí con mi saco para que creyera que se me habían pasado las copas. En cierto momento, mi anfitriona me pidió que me uniera al grupo donde bailaban en conjunto. No pude negarme debido a que me tomó de la mano y me llevó. Sin embargo, luego se quedó bailando con su esposo y me vi sólo en la pista de baile. Regresé a la mesa.

Posteriormente, noté que en la mesa de adelante había una joven mujer que miraba el baile. Hice memoria y determiné que pocas veces se había movido de su lugar. Le presté más atención. Noté que ella seguía con la mirada a un amigo de mi amiga. Entre nuestras mesas estaba la de él, donde tenía a cuatro jovencitas que sacaba una a una a bailar. Ella es Liliana (no es su nombre real). En una ocasión la conocí y el chico que miraba le gustaba, lo sabía por mi asistente. Tras de una hora de observar la manera en que ella miraba a él, me di el valor de cambiarme de mesa. Total, su mesa estaba tan vacía como la mía.

La saludé y, no le pedí permiso para sentarme en su mesa, le dije que le iba a hacer compañía. Ella agradeció con un gesto. Intenté sacar plática, pero quedarme callado a su lado no resultó. Miraba fijamente la pista de baile con sus ojos enormes y redondos. Su vestido era todo negro y su cabello también tal que resaltaba su piel blanquecina. Ella es cristiana. Ocasionalmente sonreía cuando pasaba el tipo que le gustaba, eso no lo había notado porque cuando la observaba la veía de espaldas. Llegó una amiga de ella y fueron al baño, ella dejó su bolso sobre la mesa en la cual sólo estaba yo. Me extrañó que descuidara su bolsa. Regresó y su amiga fue a bailar y ella devuelta a su silla.

Dejó caer sus manos en la mesa, sus dedos largos sin uñas pintadas sujetaban la servilleta de tela que enrollaba frotando sus yemas como despejando las ansias. Posó su codo sobre la mesa y en su palma asentó su barbilla y se quedó mirando a la pista. Entonces actué. Tímidamente toqué su hombro con la punta de mi dedo índice. Ella volteó sonriendo de inmediato. – ¿No bebes? (le pregunté). – No. De inmediato tuve la necesidad de explicarme que no me refería a si bebía alcohol, sólo que si no quería beber algo, pero su respuesta corta y contundente me dio la confianza para decirle que tampoco lo hacía. Le dije que iba a pedirle a un mesero un seven con poco hielo.

Luego pasó algo curioso: Llegó otra de sus amigas y bebió de un termo de plástico. Era curioso porque su amiga portaba ese termo mientras bailaba. Seguramente tiene sed y quiere socializar bebiendo del recipiente de alguien más. Sin embargo, su amiga me pidió que le pasara un refresco que estaba a mi lado, entonces me paré e hice un ademán para decirle que yo le serviría y aceptó. A ese mismo termo me dijo que le pusiera tequila. ¿Tequila? Se me hizo tonto pensar en decirle que por regla personal no proveía de bebidas alcohólicas, pero acepté servirle. Lo segundo que pensé es que minutos antes, Liliana me dijo que no bebía.

Entonces, cuando su amiga se llevó el termo al baile, nos quedamos sentados de nueva cuenta sin más personas que nosotros dos. Volví a entablar una conversación. – Y,… tú ¿no eres abogada?. – No lo soy (sonriendo). ­– Ahh, yo tampoco (y ambos sonreímos). Apartó un poco su mirada de la pista de baile. – ¿No bailas? – No, es que yo soy más de trova (mientras se escuchaba música de banda), como Sabina, Milanés. – Qué bien, yo tampoco bailo, pero me gusta toda clase de música excepto la banda y el reguetón, y (miré hacia la pista de baila tratando de decirle, mira lo que ponen). Entonces le dije que a me gustaba Sabina y Milanés, pregunté si conocía a Silvio y dijo sorprendida que sí. Le pregunté por las canciones de Eduardo Aute. Ella dijo que no lo conocía. – No me digas eso, le respondí, tienes que escucharlo, hay un disco que canta con Silvio. – Vas a ver, sí lo voy a buscar. Regresó un poco la mirada cuando pasó a un lado de nosotros el chico que le gustaba. Nos vio platicar, entonces se detuvo y le ofreció de beber, pero ella no aceptó. Ella, Liliana, dejó de prestarme atención. Se quedaron mirándose por unos segundos sin decir palabra alguna, mientras los observaba.

Él le dijo a ella; – Ahorita bailamos, ¿no? En mi mente pasó decirle: – ¡No baila! Pero ella consintió con la cabeza. Era banda, ella le gusta más la trova, entonces bailaría por la persona que la invitó. Eso no era racional. Tomó la botella de tequila que estaba en nuestra mesa y la llevo a su mesa sirviendo la bebida en los vasos de sus amigas que esperaban con él. Liliana miró nuevamente y le dije que Sabina cantaba un poema de Neruda: “Amo el amor de los marineros” y le recité un poco el poema, luego me dio pena seguir recitándolo. Se quedó como sorprendida, le dije que el disco se llamaba “Neruda en el corazón” y que cantaban muchos poemas de él, incluso había uno con Venegas. – Busca esa canción en youtube, te va a gustar, sólo busca “Sabina” y “Neruda” y te aseguro que sale. – Lo voy a hacer. Sinceramente, le dije eso porque ese poema de Neruda estaba señalando su situación. Tras de decirle eso, llegó el chavo en cuestión y la sacó a bailar. Noté que era cierto al menos que no le gustaba la banda porque no sabía bailar. El intercambio de risas por no llevar un paso en dicha danza lo revelaba.

Eran las cuatro de la mañana y la fiesta seguiría hasta las 8 de la mañana, entonces, al ver que ella no quería bailar ni charlar conmigo, sólo estar con él. Tomé mi tripie y mi cámara y me fui de allí. Para el momento no funcionaba mi celular y no podía hacer una consulta. No podía determinar si el fragmento del poema de Benedetti llevaba una coma, porque ese fragmento nos explicaba a Liliana y a mí:

… el corazón que aguarda pese a todo.


Quino

Derechos Reservados © 2012; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

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