sábado, 24 de diciembre de 2011

Ya que para despedirme


A veces me pregunto, ¿qué hace tan especial una redacción que es al mismo tiempo tan bello y tan triste? Ojalá pudiera escribir como un poeta, y poder referirme a ella como los versos de la lira más hermosa del mundo. Feliz Navidad a los lectores, ojalá algún día se animen a escribirme y a aconsejarme.

Ya que para despedirme,
dulce idolatrado dueño,
ni me da licencia el llanto
ni me da lugar el tiempo,

háblente los tristes rasgos,
entre lastimosos ecos,
de mi triste pluma, nunca
con más justa causa negros.

Y aun ésta te hablará torpe
con las lágrimas que vierto,
porque va borrando el agua
lo que va dictando el fuego.

Hablar me impiden mis ojos;
y es que se anticipan ellos,
viendo lo que he de decirte,
a decírtelo primero.

Oye la elocuencia muda
que hay en mi dolor, sirviendo
los suspiros, de palabras,
las lágrimas, de conceptos.

Mira la fiera borrasca
que pasa en el mar del pecho,
donde zozobran, turbados,
mis confusos pensamientos.

Mira cómo ya el vivir
me sirve de afán grosero;
que se avergüenza la vida
de durarme tanto tiempo.

Mira la muerte, que esquiva
huye porque la deseo;
que aun la muerte, si es buscada,
se quiere subir de precio.

Mira cómo el cuerpo amante,
rendido a tanto tormento,
siendo en lo demás cadáver,
sólo en el sentir es cuerpo.

Mira cómo el alma misma
aun teme, en su ser exento,
que quiera el dolor violar
la inmunidad de lo eterno.

En lágrimas y suspiros
alma y corazón a un tiempo,
aquél se convierte en agua,
y ésta se resuelve en viento.

Ya no me sirve de vida
esta vida que poseo,
sino de condición sola
necesaria al sentimiento.

Más, ¿por qué gasto razones
en contar mi pena y dejo
de decir lo que es preciso,
por decir lo que estás viendo?

En fin, te vas, ¡ay de mí!
Dudosamente lo pienso:
pues si es verdad, no estoy viva,
y si viva, no lo creo.

¿Posible es qué ha de haber día
tan infausto, funesto,
en que sin ver yo las tuyas
esparza sus luces Febo?

¿Posible es qué ha de llegar
el rigor a tan severo,
que no ha de darle tu vista
a mis pesares aliento?

Ay, mi bien, ¡ay prenda mía,
dulce fin de mis deseos!
¿Por qué me llevas el alma,
dejándome el sentimiento?

Mira que es contradicción
que no cabe en un sujeto,
tanta muerte en una vida,
tanto dolor en un muerto.

Mas ya que es preciso, ¡ay triste!,
en mi infeliz suceso,
ni vivir con la esperanza,
ni morir con el tormento,

dame algún consuelo tú
en el dolor que padezco;
y quien en el suyo muere,
viva siquiera en tu pecho.

No te olvides que te adoro,
y sírvante de recuerdo
las finezas que me debes,
si no las prendas que tengo.

Acuérdate que mi amor,
haciendo gala de riesgo,
sólo por atropellarlo
se alegraba de tenerlo.

Y si mi amor no es bastante,
el tuyo mismo te acuerdo,
que no es poco empeño haber
empezado ya en empeño.

Acuérdate, señor mío,
de tus nobles juramentos;
y lo que juró la boca
no lo desmientan tus hechos.

Y perdona si en temer
mi agravio, mi bien, te ofendo,
que no es dolor, el dolor
que se contiene atento.

Y adiós; que con el ahogo
que me embarga los alientos,
ni sé ya lo que te digo
ni lo que te escribo leo.

Juana de Asbaje (1651-1695)

lunes, 19 de diciembre de 2011

Adoro

Aprovecha ahora que eres joven para sufrir todo lo que puedas,
que estas cosas no duran toda la vida.
Tráncito Ariza

No hay mayor gloria que el de morir por amor.
Florentino Ariza

Verá, mi pequeña Amélie, usted no tiene los huesos de cristal.
Podrá soportar los golpes de la vida. 
Pero si usted deja pasar esta oportunidad,
con el tiempo su corazón se volverá seco y frágil como mi esqueleto.
Dufayel

Ojalá pueda olvidar los momentos, los lugares y los sentimientos en los que te he santificado, porque hay momentos en los que quisiera llorar desconsoladamente, pero no por ti, sino por aquella avidez de tener los sentimientos de amor de alguna persona. Y sin embargo, no puedo llorar de esa manera: la otra vez me di cuenta que son muchas las ocasiones en las cuales soy el factor que da ánimo a alguna alma desahuciada, soy el amigo que siempre debe tragar las penas de los demás.
Sinceramente, no quiero llegar a viejo si haber sentido alguna vez el amor de otra persona, la mirada limpia y divina del amor, las palabras sacramentales del cariño, un “te quiero” esporádico y en secreto publicitado. De nada sirve contemplar. No entiendo cómo es que las personas se aman.
Hoy estoy muy triste y no tengo en quién confiar para decírselo, para que me aconseje. Sólo cuento con usted, que me está leyendo. Debería preguntarle a cada una de las personas de las cuales me he enamorado qué tengo que no soy nada atractivo, ni objetiva y ni subjetivamente: ¿Qué tengo?
El sábado pasado, regalé una novela que me gusta mucho: Las batallas en el desierto, es una bella prosa del imposible amor, de amar infinitamente y encontrar el abismo de la locura, en el abismo bello de lo imposible: "Enamorarse sabiendo que todo está perdido y no hay ninguna esperanza" ¿Cuál será el cemento del amor? Se lo regalé a una abogada que conocí en una esporádica plática. Se lo regalé porque me presumió que era pintora, pero lo hizo de una forma tal que se sentía orgullosa. Yo le conté que era politólogo y que trataban de combinar la poesía con la filosofía política. Ella me dijo que de alguna manera lo hacía con la pintura; interpretaba la ley de acuerdo a sensibilidad artística de un observador de arte.
En efecto, ni siquiera pregunté su nombre, ni siquiera sé cómo pude hablarle sin ponerme nervioso. Sólo le ofrecí disculpas por atreverme a obsequiarle un libro que compré “para cualquier persona especial” en la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, y ella me pareció especial. Así, sin conocernos ella lo aceptó. Y después no supe nada de ella y no le pedí nada a cambio, sólo esperaba que le sirviera en su arte y en su arte jurídico.
Tendré que pensar muchas cosas antes de implementar mi endlösung. Antes de convertirme en un simple medio para fines ajenos. Igual, el amor siempre me sentará bien, irremediablemente estoy condenado a amar sin correspondencia, ya debería acostumbrarme. En fin.







Quino




Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Aquel día, cuando bailé con ella (editado)

Esta mañana desperté pensando en lo sucedido el año pasado. El día en que se organizó una posada con todos los estudiantes del posgrado y se llevó a cabo en una calle cercana de la Preparatoria en la cual hice mis estudios. Aquella mañana estaba en una reunión de la organización política de izquierda en que simpatizo, al final de mis colegas me prestaron algunos libros que me servirían para realizar el protocolo de investigación.
Ya pasaba el mediodía cuando caminé, con montón de libros, hacia la estación San Jacinto. Tenía la mente ocupada con lo que se había discutido y, un poco, con el pendiente de los ensayos que debía entregar. Quería llegar a la maestría temprano en la calle Liceo para buscar más textos en la biblioteca. Allí mismo nos reuniríamos algunos amigos para ir al lugar de la posada. En realidad, no tenía necesidad de hacer ese viaje porque ya sabía la ubicación del lugar.
Realicé mis estudios de bachillerato en esa prepa, ya se lo había dicho a ella, pero no le dije que era muy probable que ya conociera la casa donde vivía en Guadalajara. Cuando estuve en la prepa, llegaba muy temprano, no me gustaba ir más tarde porque los camiones de la ruta 33-A iban repletos. En ese entonces no sabía andar en bicicleta (aprendí a mediados del 2004, y la preparatoria la hice del 2000 al 2003), y un vecino se iba en bici y, francamente, me daba mucha envidia. Recuerdo que una vez hice 15 minutos de mi casa a la prepa, cuando normalmente la ruta es de 30 minutos, fue la vez que llegué a las 6.10 am cuando la prepa la abrían a las 7.00 am.
Llegaba muy temprano a la prepa, y entonces decidía caminar  por las calles cercanas a ella para hacer tiempo, y recuerdo que pase muchas veces por la casa donde, ahora sé que, vive en Guadalajara. Claro, ya sabía donde vivía, recuerdo muy bien ese ventanal, lo recuerdo porque siempre me fijo en las fachadas de las casa que se me hacen bonitas.
Cuando terminé de buscar en la biblioteca de la maestría, ya estaban mis amigos esperando, y ella sentada dando la espalda a la entrada de la biblioteca, entonces me acerqué sigilosamente para sorprenderla, pero algo sucedió que se dio vuelta y me recibió con una sonrisa.  
Compramos algunas cosas en el mercado que está de pasada a la espera del camión, de hecho es la ruta 33-A. Platicamos un poco, ella llevaba una abultada mochila -siempre su mochila se veía muy llena-. Abordo del camión, nos tocó irnos parados y cuando se desocupó un asiento ella se sentó y me dijo que si me ayudaba con mi mochila, la cual estaba muy pesada, pero no lo acepté, le dije que estaba bien. Llegamos a su casa cerca de la prepa dos y caminé a su lado.
La comida de la posaba eran los tamales que nos prometió. Estaban muy exquisitos. Conformé avanzó la tarde, platicábamos en retrospectiva de la maestría. El ambiente era un poco extraño ya que se dio una especie de división de hasta tres grupos. A mí no me importaba, yo estaba a gusto.
Durante  la tarde, ella me recordó una conversación previa que habíamos tenido en el Messenger, en aquella conversación quedamos en que bailaríamos. ¡Rayos! yo no bailo, pero quería bailar con ella. Sería  la primera vez que bailara voluntariamente y le prometí que bailaríamos. En realidad no creí que aceptaría, de hecho dudé hacerlo cuando me recordó la promesa.
Al final de cuentas bailé con ella.  Me estuve disculpando porque no sabía bailar, pero ella se veía divertida que nada más me importó. Y seguí bailando con ella, no quería bailar con nadie más que ella. Así lo hice, y no quería que se acabara la música y para seguir bailando. Al principio, bailé con ella de forma separada y, más adelante, le pedí que bailáramos más cerca, no creí que aceptaría, pero lo hizo. Y fue así como bailé muy junto con ella; quería sentir su calor, su aliento, su piel, quería sentir su alegre mirada. Me pareció de lo más lindo, claro, debo admitir que me llamaba mucho la atención. Alguien más me sacó a bailar, pero ni recuerdo quien era. En fin, sólo quería hacerlo con ella.
Sin embargo, noté un cambio en ella. Notaba las veces que revisaba su Blackberry. Sentados, yo frente a ella, la contemplaba preguntándole en silencio: ¿Qué tienes que no puedo dejar de pensar en ti? Ante el bullicio de la fiesta notaba una preocupación en su expresión. Estaba esperando a alguien y no llegaba. Mandó algunos mensajes, habló por celular.
Más tarde, aún sentada frente de mí, recibió una llamada de esa persona que esperaba, y ella dijo un tanto exaltada: -¿dónde estás?... ¿y por qué no te pasas?- Tal vez ella no se dio cuenta de que la puerta de la cochera donde estábamos la habían cerrado y la persona que esperaba no podía entrar. Ella salió a recibirlo. Alguien estaba charlando conmigo, pero no presté atención sólo me quedé viendo que esa persona era la misma que había conocido en la primera clase de mi orientación y que me presentó por su nombre en la biblioteca de la maestría.
Él llevaba una bolsa de papel con un regalo. Ese regalo era para ella, lo vi cuando se lo dio. Entonces mi expresión y ánimo cambió, pero el de ella fue más feliz. Luego se sentaron frente de mí, pero ya no me ponía atención, sólo estaban allí; ella aún lado de él. Ella le había obsequiado un kínder sorpresa. Estaba seria pero ya no estaba preocupada. En efecto, era al que ella denominaba como su “no-novio, no era su novio, pero como si lo fuera -según palabras de ella-.
De alguna forma ya no me sentí bien, entonces fui con mis amigos -que me habían pedido desde antes que nos retiráramos-, a decirles que ya era hora de irnos. Ella estaba con él en aquel círculo de conversación que se hizo con el otro grupo de la maestría. Estaba solamente contemplándolos así que retirarme era lo más prudente.
Se veía muy linda ella con sus botas enormes, me acerqué con ella para despedirme, realmente me importaba despedirme de ella para darnos nuestro abrazo de navidad, no me importaban los demás. Cuando me acerqué a él; a su “no-novio”, sólo apresté a darle la mano.
Lo que más adelante sucedió está contado en el presente blog. Era el comienzo de mi derrota sentimental, del quiebre de mi corazón y de la nostalgia peor. Un mes más adelante, ella y él; ellos, formalizaron su noviazgo. Mi derrota fue total desde antes que la conociera, no hubo oportunidad de operar ni tácticas ni estrategias. Sus estrellas de papel, su block de post-it escritas con bellas frases surtieron efecto en él. Y ambos corazones se pertenecieron en ellos.
Quién diría que era la primera y última vez que bailaría con ella. No cabe duda que siempre es tarde para mí.
Quino

Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

domingo, 20 de noviembre de 2011

La persona indicada no soy yo

Aquel que lleva al papel de lo que él sufre es un autor triste;
pero se convierte en un autor más serio
 cuando nos dice lo que ha sufrido y por qué ahora
 se complace en transmitir la felicidad.
 F. Nietzsche

Hacía tiempo que no derramaba mis lágrimas, en este momento, cuando escribo estas líneas es inevitable hacerlo. No lloro por la persona, por las personas que no me quieren como pareja. Lloro por mi condición, por lo miserable que me siento; esa incapacidad de amar, ese veto de amor, esa exclusión de los sentimientos de otra persona. ¿Por qué soy siempre el que se enamora?, ¿Por qué nunca una mujer se ha enamorado de mí para darme el lujo de no hacerle caso?
No debería enamorarme de mis amigas. Ese debe ser mi primer mandamiento, mi primera condición para seguir compartiendo la vida con los humanos, entre quienes sí puede amar y ser amados. No debo enamórame de mi amiga porque se aleja de mí. En este mundo de probabilidades, y no de certezas, no puedo disfrutar su amistad porque soy un peligro para ella, aunque esté vencido, aunque este con el corazón roto en franca resignación no puedo compartir sus alegrías ni sus llantos. No puedo disfrutar el cine con ella, un helado, un emparedado, un musical. Y la frustración de amor se suma a la frustración de la amistad. Sólo quedan las ganas de llorar al describir la mísera condición en la que me encuentro.
Estaba pensando que tal vez es cierto eso de que cada quien tiene una persona que es la correcta en el amor. La idónea, la única que puede completar al diástole su sístole. Muchas veces me pregunto qué cosa tengo que no puedo ser considera por las mujeres como algo más que un simple amigo.
Pocas mujeres, poquísimas, me miran a los ojos cuando paso junto a ellas. Tan cierto es que, cuando sucede, no sé qué hacer, es como un disparo repentino que asalta a la razón y me deja en un estado de estupidez. La otra vez ingresé a la biblioteca y una mujer, que estaba utilizando una computadora, giró su vista hacia a mí y me sonrió levemente, yo le respondí inclinándome un poco y sonriéndole. Por mi mente sólo cruzaron sospechas; para qué me saludaría si no la conozco ni me ha de conocer.  
Más tarde, subí por un libro y en un pasillo la vi de nueva cuenta, entonces regresé para provocar un encuentro  en una intercepción, quería ver si su sonrisa no había sido una alegre reflejo de cortesía. Mi sorpresa no pudo ser más notoria ni la más tonta, cuando la encontré levantó su vista y volvió a sonreírme. Era, tal vez, el evento más lindo del día de no ser por mi tonta reacción la cual fue, a pesar de que había provocado el encuentro, de sorpresa. Incluso, di un paso hacia atrás, como un venado asustado, aunque en mi leve retirada le regale una de mis sonrisas.
Después, no volví ver a la mujer, ni rastro de ella. Tal vez me olvide, tal vez sólo es una mujer muy amable y estaba regalando sorpresas a las sombras de soledad que una persona como yo proyecta.
Me gustaría saber por qué no soy atractivo para las mujeres. Mi esfuerzo es inútil siempre. Creo que no soy yo el indicado para nadie, posiblemente; la indicada para mí era aquella persona que conocí en febrero de 1994 y que apagó su luz sin poder decirle lo mucho que la quería, cuando ella sí lo había dicho. Ella era mi “persona indicada” y Dios se la llevó.
Y nada puedo hacer para que otra persona se fije en mí. Para rechazar una hipótesis hay que probarla y nunca he tenido una oportunidad, por mísera que sea, con alguna persona para que me rechace con evidencia sustantiva. Igual para mí, tampoco he tenido la oportunidad para declarar que de la persona de la cual me enamoro, no es la persona indicada.
Ojalá alguien, algún día, me dé la oportunidad de comprobar que no soy la persona indicada. Mientras, la nostalgia peor es añorar lo que nunca jamás sucedió ni sucederá.


Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

sábado, 15 de octubre de 2011

Yo siempre quise piñata, pero no había pensado en una mesa para tres

Muchas veces lamento que en los cumpleaños de la infancia jamás tuviera una piñata que reventar.  Ahora entiendo, la situación tan precaria de mi familia impedía que festejaran los cumpleaños con tal elemento. Apenas un pastel, algunas veces horneado por mi mamá. Aunque, mi hermano, quien cumple años un mes después al mío, pero dos años mayor que yo, varias veces festejaron su cumpleaños no solo con piñatas, sino con invitados, comida de lujo como pizza (yo no probé una pizza si no hasta como los diez años) e, incluso, “mesa de regalos”.
No obstante, aquellos  cumpleaños en honor a mi hermano, no eran organizados por mi familia directa; lo organizaban la hermana y hermano de mi mamá, es decir, mis tíos. Mi hermano pasaba mucho tiempo en casa de mis abuelos maternos y eso le valió para ser muy consentido. En aquella fiesta, con mesa de regalos –sinceramente– envidié a mi hermano.
De todas formas, tener un cumpleaños con piñata creo que era lo que más quería y deseaba con ansias, y fueron muchas veces la que le pedía a mi mamá una piñata, pero me explicaba que eran muy caras. No había más remedio que resignarse, como muchas cosas más a las que me he visto obligado a renunciar. Nunca me prometieron una piñata y no hay más pena que sufrir (porque, también, recuerdo que mi mamá me prometió hacerme un avión con una botella y que me llevaría al aeropuerto a ver los aviones, y eso nunca lo cumplió, –al aeropuerto fui hasta hace poco, en el 2009­–. Por eso trato de no romper promesas, porque sé que duelen mucho si son incumplidas).
Una vez, acompañé a mi papá a San Juan Bosco –aun estaba pequeño, pero no recuerdo la edad– y en el mercado vi muchas piñatitas y le pedí una. Recuerdo que le argumenté que nunca me compraban una y yo quería una, la verdad estaba muy fea, pero algo tenía que me gustaba. Mi padre accedió a comprarla y, me parece, que costaba unos 15 nuevos pesos de aquel entonces.  Siempre que paso por aquél lugar recuerdo esa piñata que cuide muchísimo.
También, hace más de un año, conocí a una persona que se convirtió en mi amiga casi de inmediato. Ella estaba retratada con una piñata parecida a Sigmund Freud y era tan bonita que le pregunté donde la había conseguido y respondió que ella misma, con otros amigos de su facultad la habían elaborado. Fue tal mi encanto que le pedí que me hiciera una, claro que lo hice con tono de broma (aunque no sé). Guardé ese retrato sin el permiso de ella con la piñata Freud.
Sin embargo, la piñata sin celebración no era lo que buscaba. Hasta hace poco no entendía mi obstinación por tener una piñata en mi cumpleaños. Aquí la explicación:
1.       Casi nunca faltó un pastel en la mesa para celebrar mi cumpleaños, luego entonces todos nos reuníamos alrededor del pastel y apagaba la velita. El pastel, siendo mío, lo compartía con mi familia y demás presentes.
2.       La mesa de regalos que envidié a mi hermano no me causó más conmoción porque los regalos me dotarían de un beneficio exclusivo que no compartiría, en el momento, con nadie que alrededor estuviera.
3.       La piñata tiene el mismo efecto que el pastel, es un objeto que, aunque exclusivo para el festejado, al momento de reventarlo es compartido con los presentes.
Creo que por eso siempre quería pastel y piñata en mi cumpleaños. Yo me enseñé a compartir;  compartir los objetos, cualquiera que sea, o los momentos es algo que valoro muchísimo.
Me fui dando cuenta de esto hace poco que celebramos el cumpleaños de una amiga y nos tomamos una foto alrededor de ella con un pequeño pastel. Y esa foto era encantadora, no sabía el por qué su encantó y la analicé desde la perspectiva objetiva de un fotógrafo. Yo dije que esa foto era muy bonita porque todos mirábamos a la cámara excepto ella, que estaba ligeramente inclinada mirándonos a nosotros con una bella sonrisa.
Luego pasó mi cumpleaños y me regalaron un pastel de iguales dimensiones. Entonaron las mañanitas y yo estaba al borde del llanto, pero no se dieron cuenta. Creo que nunca había sucedido una celebración así de espontanea.  Allí me di cuenta que la foto de mi amiga era que alrededor de un pastel se reúnen las personas para compartir el momento. Ese es el misterioso encanto que la piñata también posee.
Ayer, 14 de octubre de 2011, un amigo me pidió que le ayudara a su novia con unos problemas de estadística. Ya le había ayudada con su estudio en cierta ocasión, así que no era nada raro. Preparé mis apuntes, estudié un poco recordando mis clases de estadística y preparé mi equipo de cómputo. Me quedé de ver con mi amigo, a las ocho de la noche, en una farmacia cercana para ir a casa de su novia.
Fuimos hasta la casa y ella salió con un abrigo y cerró la puerta. Ella vive cerca de la facultad donde estudiamos, me dijo que irían primero a un mandado. Y llegamos a un restaurant italiano que está justo al lado del parque Rehilete Alcalde. Es un restaurant que está escondido y que siempre parece como desolado. Ese lugar estaba en mi lista de los que tengo marcados como un lugar al que quiero ir y siempre que pasaba por allí, camino a la facultad, me decía: “un día comeré aquí con alguien especial”.
Ella, la novia de mi amigo, me dijo que solo preguntaría por algo. Yo supuse que comprarían la cena, pero no. Me quedé en el auto con ella y mi amigo fue a preguntar. Regresó y nos pidió que bajáramos. Entendí entonces que primero cenaríamos y luego estudiaríamos. No había como decirles que no importaba que cenáramos.
Finalmente, acepté cenar con ellos, ocupando la mesa para tres y me dijeron que la cena estaría dedicada a mí porque había sido mi cumpleaños. Sonreí y me sentí muy feliz, pero era demasiado lujo. La comida italiana estaba exquisita y, debo aceptar, que bebí un poco de vino tinto diluido en sidra. Yo, por ningún motivo bebo alcohol. Y sin embargo, acepté beber un poco para expresarles que estaba encantado con la sorpresa y no despreciaría nada –claro, a los tres sorbos no aguanté más y me pidieron una bebida de naranja y apenado debí aceptar que mi complejo y mi gusto puede más–. El ambiente tan cordial, nunca había ido a un restaurant con dicha simpatía. La música en vivo de un saxofonista reproduciendo tan bellas y románticas melodías. La noche, tal vez la primera noche que siento un ambiente tan divino; con mi amigo, su novia y yo en la mesa para tres.
La nuestra era una mesa con tres personas, a diferencia de las parejas que estaban alrededor, sentí un poco de nostalgia por no tener a la persona de la cual estoy enamorado. Pero era una mesa adornada de la base fundamental por la cual se sostiene el amor; por la amistad. Esa la hacía diferente a todas las demás. Era genial estar allí con ellos y compartir tan bello momento.
Posteriormente, me pidieron un pastel que me trajeron con en una copa y con una vela encendía. Dios mío. Previo, el saxofonista había dejado de tocar y vi que se acercó a nuestra mesa, pero no le di importancia, preparó una partitura. Yo, en tanto, estaba dando mi punto de vista ñoño y especializado de un suceso político. El saxofonista comenzó a tocar y reconocí las nota de un feliz cumpleaños, y los meseros, con el jefe de meseros, se acercaron a nosotros y entonaron las mañanitas. Las otras parejas, desde sus mesas, voltearon a nosotros, y cuando  terminó aplaudieron.
Yo estaba congelado y con las emociones desbordadas. Nunca me había sucedido eso. Mientras aplaudían me acordé de un viejo chiste italiano –no sé porque me acordé del chiste– donde el fascista, desde el balcón del poder, deja que el pueblo lo aplauda a diferencia del estalinista, con menos carisma, que se aplaude así mismo. No sabía si aplaudir con ellos para compartir los aplausos, pero lo hice un poco, sólo hasta el final.
No sabía qué hacer, nunca había tenido tanta atención, incluso cuando en un evento político tuve que hablarles a las personas reunidas en una plaza, pero en ese momento no tenía palabras para expresar lo que sentía. Tan feliz, el momento más feliz en el abismo de mi triste historia de amor, en la claridad de la amistad en mi ciega existencia.
Tengo los amigos más maravillosos, yo espero corresponderles del mismo modo. Esa es la piñata que mucho quiero, esa es la piñata metafórica para mí. De aquella piñata que, aún invisible, hace posible reunir a la familia y amigos –incluso extraños, como aquellos meseros en aquella mesa para tres– alrededor para compartir el momento. Ahora, cuando esté triste pensaré en estas piñatas metafóricas.

Quino



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viernes, 7 de octubre de 2011

El profesor

El cielo avispado de tormenta, trazos de nubes temblorosas llorando al suelo, el aire frío que baila con los árboles, la opacidad de la luz compitiendo con las luminarias cansadas de esclarecer lo que a nadie le importa, pero dentro del salón de clases la inconsistencia del silencio que resalta el sonido del trazo de una tiza. El ambiente agitado del exterior golpea los ventanales, aun así, los alumnos atentos a la mímica de las explicaciones del profesor.
Por veinte minutos más; el sonoro silencio de la hipocresía, el dolor inexplicable en el vacío idílico de un alma cuyo reflejo se proyecta en el día, tormenta interior de un corazón deshecho condenado a seguir latiendo. En los confines de la soledad, azota la desbandada de un firme deseo que encuentra sepulcro entre las venas ardientes de la pasión resignada.
Por fin. La clase termina con la promesa de hacer las investigaciones pertinentes para el desarrollo del trabajo. Habiéndose mantenido de pie, para la exposición de la clase, el profesor levanta su saco de una silla, pone una manga y, con la otra mano, toma sus libros poniéndolos debajo de su brazo en tanto coloca la otra manga. Se acomoda la corbata y sale a paso firme en línea recta.
Dentro de su cubículo, reposa un momento sentado en el sillón. Mantiene su mirada al piso pensando en la exposición de la clase. Evoca los comentarios de los alumnos que lo hacen dudar de sus proposiciones, pero ordena su pensamiento sosteniendo su tesis. Retoma sus afirmaciones. Se levanta. Se dirige con las secretarias despidiéndose alegre y dolorosamente. Las últimas palabras que cruzará por hoy. Toma su bicicleta y emprende su trayecto a su apartamento.
Pasea su vida por las calles tupidas de personas, y con él, el inconsolable amor, el rescoldo de un sufrimiento desesperado del anhelo de un no saber: esperar u olvidar. Inevitable, tonto y amargo sueño de un amor inalcanzable. Festejo continuo de un drama que no encuentra ruptura temporal y sostiene rodando como la llanta de su bicicleta. Contempla el sacrificio del deseo en el abandonado sepulcro. Avanza como buscando una mirada que lo comprenda, pero su mirada queda en la robinsonada del exilio sentimental. Solo queda admirar el amor que no tiene y se limita al silencio y ruidoso tormento de soledad. Un gesto amable para ahogar su condena.
Llega a su apartamento y coloca la bicicleta. Pensó todo sobre la sátira de su vida, repasó los lugares donde vio la sonrisa de aquella mujer partir con su decisión. El amor: tan hermoso y egoísta precipita a la debilidad del profesor, lo conduce a vivir en un mundo que no entiende. Toca su puerta (se engaña a sí mismo que alguien lo recibirá). Enciende el radio en la estación de los valses clásicos que sólo los viejos escuchan, encuentra en la nostalgia un tiempo presente.
Recuerda la sentencia de aquella mujer: “algún día te miraran con amor”. Noble promesa insensible, sarcástica, ilusa... El mismo patrón de su vida sentimental, el argumento de la resignación, la historia cíclica de su vida personal. Todas las promesas pendientes en la tregua permanente (involuntaria, impuesta) de no luchar por el anhelo que descansa ya el sepulcro entre venas ardientes de la pasión resignada.
Mira su librero; Sócrates, Platón, Aristóteles, Marsilio de Padua, Maquiavelo, Lutero, Hobbes, Locke, Kant, Rousseau… y, su autor favorito, Norberto Bobbio. Entre aquellos libros, toma una libreta. En ella contiene las claves de sus cuentas personales; bancarias y de comunicación electrónica, así como direcciones y teléfonos de sus amistades cercanas (cuando tenga que partir de este mundo espera que alguien encuentre dicha libreta y cancele o desactive las cuentas. No quiere dejar ni el más mínimo rastro de su fatua existencia que evoque la soledad). Anota algunas cosas en la libreta, posteriormente, la hojea y mira la primera página, repasa lo que está anotado; dos versículos (Mateo 20: 25-28 y Lucas 6: 43).
Mira por la ventana la opacidad del cielo entrada la oscuridad de la noche. Restan las estrellas en el firmamento, allí están pero no brillan ni tintinean; es la opacidad de su penumbra sentimental. Abajo, las personas caminan como sin sentido, todas tienen a donde llegar en el cálido sueño de quien los espera en un hogar. La nostalgia lo corrompe y pega un golpe, con su puño, en la ventana. Contempla, desde el balcón, la fugacidad de la noche y la vida que se apaga.  
Quino



Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Solamente

Hoy me di cuenta que nunca seré más que el buen amigo de cualquier persona. Me subí en un camión del transporte público y procuré buscar un asiento para poder leer. Era un asiento doble y me ubiqué de lado del pasillo. Pocas cuadras después, subió una muchacha muy bonita, no es que ande por allí mirando quien sube o desciende; mejor dicho, noté su presencia por ser una persona joven que ocupó los asientos reservados para adultos mayores, mujeres embarazadas y con discapacidad física.  Cierto es que son asientos preferentes, no exclusivos. Lo que hice fue moverme a lado de la ventanilla para ver si reconsideraba su ocupación en aquellos asientos.
El camión avanzó y la joven no reconsideró, al menos hasta que otras personas abordaron el transporte y subió un pasajero que lo necesitaría. Entonces sí, ella se levantó de su asiento y fue directo hacia el lugar que dejé libre para que, justo ella, lo ocupara. Sin descuidar mi lectura, noté su rostro muy pensativo. Sacó de su bolso una carpeta con hojas, pensé que se pondría a leer, pero tomó un block de Solicitudes de empleo y comenzó a llenar una de ellas. Me compacté más y alcé mis brazos para dejarle más espacio sin afectar mi lectura.
Leí su nombre y su apellido. Cuando llegó en el punto de anotar su CURP detuvo el llenado y se quedó quieta como pensando. -Apuesto que no sabe su CURP-, me dije a mí mismo. Saltó esos espacios y siguió llenando la información escolar, anotando solo los datos de la primaria. Y pasó a la siguiente hoja. Llenó los requerimientos y solo una referencia anotó. Sacó su celular y buscó algo. -Apuesto que no tiene más referencias-, volví a pensar.
Entre tanto, estaba con la idea de Hegel y Marx sobre la soberanía, era mi lectura para una clase de Cultura política. Era una lectura “auxiliar”, mejor dicho, que estaba haciendo para aportar mayores tópicos al debate. Un debate que resultó muy curioso y espero contar en otra entrada.
Entonces, parece que la joven mujer se desesperó; cerró la carpeta, y quedó con la mirada puesta hacia al frente, no realizó movimientos ni ademanes. Sólo guardó silencio. Me acordé de todas las veces que he conversado con extraños en el camión, por ejemplo; del señor que me platicó cómo era la ciudad antiguamente, de una jovencita que me preguntó por un botón que llevaba en mi mochila, del joven seminarista a quien iban a golpear al pretender dar un mensaje, de un ex-militar que me platicó de cuando estaba en la sierra de Guerrero cazando a Lucio Cabañas.  
Ahora, con esta joven mujer, al quedar impávida en el camión, pensé tantas cosas. Y podía decirle muchas cosas; que en la credencial de elector está el CURP, que podía darle mi tarjeta de presentación para ser un referente… y sentí la curiosidad de saber si conoce la Oficina Estatal de Empleo. Todo eso estaba pensando e interrumpí mi lectura, el caso de esta joven mujer era el caso de muchas personas en el país. Me sentí culpable, responsable de su situación.
Sentí la necesidad de decirle muchas cosas. Lo que pasó por mi mente es un dilema ficticio. Sentí mucha inseguridad. Ojalá que no haya notado que me puse nervioso, que dejé mi lectura y de vez en vez la reanudaba leyendo un renglón y abandonándola de nueva cuenta. Lo que pasaba por mi mente es la ficción de que si lo ofrecía mi ayuda ella creería que era para llamar su atención, quizás; sacarle plática para obtener su dirección, su teléfono, su correo electrónico  –los cuales leí en la solicitud de empleo que llenaba–. ¿Le hablo no le hablo?, ¿qué hago?, ¿me veré como un tonto, cómo un “interesado”?
El camión pasó la calle 56 y, entonces, tomé una bocanada de aire profunda, controlé mi nerviosismo, relajé mi voz:
-Hola, disculpa el atrevimiento.
-¿Sí?
-Va a buscar empleo, ¿verdad?
-Sí.
Ese par de respuestas tan cortas, el ceño de su rostro serio, incluso desconcertado, me hizo dudar de mi conversación y comencé a tartamudear un poco.
-Y, ¿ya va a algún lugar específico?
Ella meneó su cabeza asentando una afirmación
-A Dulces Vero- me dijo.
¡Dios! Eso era a menos de tres cuadras de donde estábamos, entonces se bajaría muy pronto.
-Y, ¿No ha ido a la Oficina Estatal de Empleo?
-No, no sé ni dónde está eso que dice.
-Ah, miré está en Paseo Degollado, no recuerdo el domicilio-, su desconcierto me indicó que no sabía cuál era esa calle tan turística en la ciudad. -Ubica el tramo de plazas que están entre el Hospicio Cabañas y el Teatro Degollado, por donde están unas ranas que arrojan agua, o si usted viene del Parque Morelos por la Calzada y sube las escaleras hacia una fuente que parecen una serpiente, donde hay un estacionamiento, y allí, sí hay una piedra con forma de cabeza de serpiente, donde están las personas que transcriben documentos en máquinas de escribir…
Dejé de enunciar los espacios característicos de la plaza al aproximarse su destino. Al fin le dije que fuera allí porque es un espacio donde puede encontrar muchas ofertas laborales, incluso, puede cobrar un seguro para seguir buscando empleo. Ella se quedó atenta escuchándome.
-Gracias, lo voy a buscar, mientras seguiré la entrevista en Dulces Vero.
Se giró y se levantó.
-Que tengas buenos días y mucha suerte-, le alcancé a decir.
Me di cuenta de todo el tiempo que perdí teniendo esos miedos y, para colmo, no le dije lo de la credencial de elector o que podía ponerme de referencia. Me la pasé media mañana lamentando que pude ayudarle más. Sé que vive por mi casa, tal vez me la vuelva a encontrar en algún lugar, quién sabe.
Nunca seré más que un extraño de buena voluntad. No pasaré de ser el niño que le dio dinero a otra niña cuando a ella se le cayó su lonche en la primaria;  del muchacho que intentó alcanzar a un ladrón que robó a una señora; del muchacho que separó a dos señores que se trenzaban a golpes mientras la hija de uno de ellos lloraba desesperada en medio de la avenida; del joven que defendió al seminarista de una agresión; del joven que una vez atendió a una persona que se desvaneció en la calle; el buen amigo que me consiguió un abogado; el conocido que me ayudó a estudiar para lograr ser Magistrado electoral; el tipo de buena voluntad que siempre tiende su mano y que, sin embargo, le cuesta mucho pedir ayuda, le cuesta pedir ser escuchado, le cuesta pedir atención sentimental.
En fin, desde que leí la vida de Juan XXIII, el Papa bueno, me quedé con su encíclica “Pacem in terris” dedicada a los hombres de buena voluntad.
 
 
Quino



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martes, 6 de septiembre de 2011

El seis de septiembre fue…

Pediré un deseo (sé que no se cumplirá). Me gusta estar enamorado pero; ojalá la luna pueda salir sin ti.


Quino


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domingo, 4 de septiembre de 2011

Para responder qué sucede; mirar hacia atrás

Desde pequeño, o mejor dicho; desde que tengo memoria, veía cosas que otros más parecían ignorar. Había ciertos casos que percibía y me cuestionaba. Recuerdo estar en la Plaza de la Bandera –donde mi papá solía citar a mi mamá a comer–. Yo jugaba entre los árboles que tienen forma de animales, corría entre ellos y saltaba de las jardineras y abrazaba a mamá mientras ella esperaba. Al llegar mi padre, comíamos unas tortas que mi mamá había preparado en la casa.
Me parece que aquella vez fuimos a los saldos de la zapatería CANADÁ (también era el punto de reunión cuando asistíamos a ver la Lucha Libre). Al retirarnos, me di cuenta de una niña vestida en harapos, piel blanca, de cabello castaño, mirada bonita y su cara sucia. Sostenía una caja con dulces que tenía a la venta. Los vendía cada vez que el semáforo detenía el tránsito de Revolución. Habría tenido más o menos mi edad; lo infiero por la estatura y, recuerdo muy bien, aquellos ojos grandotes y redondos que no he olvidado. Nos miramos. No le pude sonreír ni ella a mí. Sólo nos vimos como midiendo las diferencias entre nosotros.
Vivíamos en la misma ciudad, teníamos la misma edad, ella era niña y yo niño. Aún así éramos abismalmente diferentes. La mayoría de mi ropa mi mamá la confeccionaba con sus propias manos, alguna otra la compraba de segunda, en navidad la compraba a crédito en La Surtidora. Mis juguetes los compraba en el Baratillo. Ignoro sí esa niña tenía siquiera alimento caliente. Ignoro sí tenía sonrisas. A penas unos segundos nos vimos y casi podría pararme en el mismo lugar donde la vi aquella tarde, hasta podría reconocerla. Muchas veces pienso en ella. Pero esos rostros no eran los únicos que veía a menudo cuando salíamos a pasear al centro de Guadalajara. Supongo que me impactó ver en esa situación a una persona que podría ser yo. De esa exclusión social no soy ajeno. Nunca lo he sido. Es un golpe tremendo cuando los veo.
Siempre me acuerdo de una escena en las noticias de ECO, recuerdo que la nota era de una mujer que estaba en una cabina de teléfono y fue baleada por alguien. Recuerdo también, una mañana de sábado en misa de la doctrina, el padre nos contaba sobre la guerra, no sé cual guerra. Regresé a mi casa y, mirando al cielo, temía que cayera una bomba de esas que decían en las noticias. Me acuerdo que llegué, subí al cuarto de mis padres, me dirigí al balcón, donde está la máquina de coser que mi madre usaba para elaborar nuestra ropa, y me quedé debajo de la máquina. Estaba asustado, muy asustado.
Otro episodio en mi vida fue cuando se pelaron unos borrachos frente a mí casa. Tendría unos diez años. Aun lado de la casa se expende cerveza. El marido de la hija de mi vecina se peleó con quien estaba emborrachándose. La hija de mi vecina salió a defender a su marido, pero llevaba consigo a su pequeña. Estaba mirándolos desde el balcón y me sorprendí cuando mi hermana, un año mayor que yo, salió de la casa y, quién sabe  cómo, le arrebató a la pequeña y se metió corriendo a mi casa. Entonces me asusté y corrí hacia ellas. Lejos de ver una hermana valiente ella estaba llorando. Alcanzamos a cerrar la puerta cuando otro borracho se acercó y golpeó la puerta con un machete y dio un grito. Nos refugiamos en la cama de mis padres. No lloré pero estaba muy furioso, sentía mucho coraje.
Nunca fui valiente, ni siquiera tenía muchas fuerzas, al menos eso creía. Al entrar a la secundaria me enfrenté con nuevos compañeros que me hicieron la vida escolar insoportable. Casi todo el año escolar era víctima de insultos, burlas y golpes. Un día, un compañero se burlaba de mí señalándome con su dedo. Los dos estábamos sentados, lo ignoré un momento hasta que me hartó y tomé su mano, estiré todo su brazo, mientras seguía sentado y levanté mi pie hasta darle una patada en su costado. Todo mundo volteó a verme y hasta el mismo silencio calló. Recuerdo que se quejó mucho de mi golpe, incluso llegué a sentirme mal por un momento. Fue como una semana que infundí respeto, pero la violencia trajo más violencia. Había un equilibrio de fuerzas entre los más fuertes del salón y yo. De cierto modo era un entretenimiento, nos perseguimos en el recreo y nos propinábamos golpes, lo llegué a ver como deporte, aunque ellos cargaban su persecución con insultos. Yo sólo me defendía y llegué a defender a otras personas.
Ahora ¿qué sucede? La violencia hace presa a todos en este lugar. No son las naves que dejan caer mortales bombas en países del este europeo o en la guerra del Golfo Pérsico, no es en Sarajevo ni es Gaza. Aquella violencia que veía con la exclusión social, que veía en las riñas de borrachos, que sentía en las ofensas de mis compañeros de la secundaria está magnificada en la ciudad donde vivo. No es “allá, muy lejos”, es “aquí, muy cerca”.
La vida es sagrada. Cualquier vida. Nunca me ha sido ajena la violencia. Nunca me sentí indiferente ante las heridas, el asedio o los insultos. Daría mi vida por un mundo mejor; con paz, con inclusión social. Calderón dice que el narco hace uso de actos terroristas, Porfirio Muñoz Ledo dice que no es terrorismo porque no está presente una ideología y una intensión de transformar las instituciones del Estado. Creo que se equivoca Muñoz Ledo. Son actos de terrorismo porque las acciones del narco se fundamentan como un medio de propaganda. Su propaganda está fundada por una ideología; la del dinero fácil, a su vez, motivada por una base social que ha visto en el narco un modo de vida. Claro que pretende modificar las instituciones del Estado para procurar la existencia del narco.
Exclusión social, económica y política de millones de personas, como aquella pequeña niña harapienta de mirada bonita, de ojos grandotes y redondos. La puerta falsa de salir de la realidad llevando al extremo los placeres como aquellos borrachos que se peleaban frente a mi casa. El anhelo de la dominación como mis compañeros de la secundaria que trataban de dañarme. Todo eso fue la tragedia anunciada de mi país. El caldo de cultivo perfecto para una cultura de la violencia generalizada.
El Estado (¿qué Estado?). El Estado ausente, aquí no opera el Estado. Aquella organización política que debía proteger los derechos de sus ciudadanos fue el primero en abandonar la plaza y abonarla para la violencia. Hizo de los excluidos el capital social de la violencia. El Estado no está allí para retraerse, el Estado tiene una función social cuya actividad no es exclusiva de la seguridad pública. El Estado no debe ser limitado en cuanto sus funciones sociales de protección de la vida, sino debe abarcar la acción inmediata de sostener la vida, una vida digna de ser vivida.
La paz no se garantiza por medio de las armas, ni por la sangre de las vidas culpables o inocentes. Amor, hace falta amor a la vida, a cualquier vida.
Quino


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sábado, 27 de agosto de 2011

Lo sé. No he podido curarme de ti


¡Porque si tus palabras son a veces poemas.
Tu silencio, sin más, es poesía!
Jaime Torres Bodet

Qué más da si tus palabras de amor vibran en el aire, para el mundo entero, y sólo para una persona. No importa. Me refresca la brisa de tus bellas palabras en la estéril tierra de amor, de fértil violencia. No tengo más arma que el amor que des-arma.

Amor

Para escapar de ti
no bastan ya peldaños,
túneles, aviones,
teléfonos o barcos.
Todo lo que se va
con el hombre que escapa:
el silencio, la voz,
los trenes y los años,
no sirve para huir
de este recinto exacto
-sin horas ni reloj,
sin ventanas ni cuadros-
que a todas partes va
conmigo, cuando viajo.

Para escapar de ti
necesito un cansancio
nacido de ti misma:
una duda, un rencor,
la vergüenza de un llanto;
el miedo que me dio
-por ejemplo- poner
sobre tu frágil nombre
la forma impropia y dura
y brusca de mis labios...

Jaime Torres Bodet (México DF, 1902-1974; Secretario de Educación Pública y Director General de la Unesco; ¿por qué ya no tenemos políticos que sean poetas? ¿Por qué ya no tenemos políticos que sean Políticos?)

(Sinceramente; no quiero escapar de ti)

Quino



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domingo, 14 de agosto de 2011

Sobre la subjetividad de la libertad

Estos últimos días tuve al menos tres interesantes conversaciones sobre la vida de Juana de Asbaje, sobre las relaciones de pareja y sobre el aborto. Todas ellas tenían algo en común, al menos así lo veo. Es sin duda el dilema del ejercicio de la libertad ¿Será verdad que se puede hablar de una decisión hecha de forma autónoma? o ¿qué tanto intervienen factores externos a la persona que decide?
Pero con independencia de dicho dilema un factor importante es la sensación de que una decisión se toma por voluntad propia. Esto indica que no se puede establecer, al menos objetivamente o sustancialmente (como se quiera ver), un parámetro para evaluar que una decisión de hacer, no hacer, o abstenerse de elegir algo sea tomada con libertad. Esa evaluación, repito; evaluación, queda prendida del sujeto y la definición ideal de las sustancias. Kant me parece un buen referente para sostener lo dicho. En la Crítica de la razón pura, el filósofo de Koenigsberg, afirma:
Nuestro idealismo trascendental, al contrario, determina que los objetos de intuición existen realmente, exactamente como ellos son intuicionados en el espacio, y todos los cambios en el tiempo, como el sentido interno que los representan.
Continúa el filósofo:
Por consecuencia, como el espacio es ya una forma de intuición que nosotros llamamos exterior, y sin objeto en el espacio no habría punto de representación empírica, podemos y debemos admitirlos como verdaderos seres en la extensión y al mismo tiempo.
Así lo creo yo, los objetos no existe por sí mismo en tanto no son definidos por un sujeto que los intuye como verdaderos objetos que existen. Es más que lógico que esta es una actividad exclusiva de los seres raciocinantes. Retomando el hecho de la libertad, o la formulación de una decisión libre, ella está en función de la sensación de que se toma voluntariamente.
Yo afirmo que: Juana de Asbaje no eligió convertirse en Sor Juana porque sus posibilidades de elegir otra cosa estaban limitadas. Dos personas que se aman mantienen su estabilidad por la disposición de enamorarse mutuamente. La mujer es la que tiene la decisión última de mantener o interrumpir su embarazo debido a que las consecuencias primarias las tiene ella.
En verdad creo que Sor Juana se emancipaba de su título religioso mediante sus poemas porque decidía no seguir los cánones delimitados en su categoría de Sor. Las personas que deciden enamorarse no evalúan sus posibilidades de mantener la relación si no la confianza de que habrá amor recíproco. La mujer decide exclusivamente sobre maternidad  porque, de estar ajena a dicha decisión, se convertiría en un medio para fines que le son extraños. Allí está el eje transversal de todos estos casos presentados. Que los sujetos que deciden no se consideren medios para fines que le son extraños a su voluntad. De nuevo emerge Kant.
Ahora en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant define que “la voluntad es pensada como una facultad de determinarse uno así mismo a obrar conforma a la representación de ciertas leyes”. Para evaluar dicha voluntad y ver qué tan libre es, resulta necesario que el sujeto establezca los fines que bien le convengan o que bien “crea” que le conviene. Prosigue Kant que “el fundamente subjetivo del deseo es el resorte; el fundamento objetivo de querer es el motivo”. En este sentido nuestras subjetividades definen a la objetividad. Al diferenciar entre fines y medios Kant concibe el segundo imperativo el cuál es;
el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad… debe ser considerado siempre al mismo tiempo como un fin
No queda más que la sensación de ser libre y de la creencia de tomar las decisiones libremente. Esto no es cierto del todo, porque aun no he definido las circunstancias de la decisión.
Una vez establecida el principio que legitima una decisión libre, es decir la sensación de libertad y de cómo ella define los medios objetivamente, se debe indicar que no toda decisión es creíblemente hecha con libertad. Los factores materiales inciden de una forma importante. Aunque parezca un dilema complicado, creo que en verdad no lo es. De hecho se ha definido sin darnos cuenta. El desarrollo de la razón humana no es certeza inequívoca. Ella tiene que ver con la circunstancia en que se desarrolla el ser pensante. Por eso no es tonto, o como algunos dicen populista, que una actividad primordial del Estado sea asistencial.
John Rawls, influido por Kant, establece la importancia de las condiciones materiales porque son las que determinan el desarrollo de una persona, las condiciones objetivas nos pueden impedir tomar nuestra voluntad. Aquí existe otro problema de evaluación subjetiva, porque tampoco se puede establecer un parámetro del resultado o la expresión de la libertad. Ya lo afirmaba Isaiah Berlin que la libertad de un granjero inglés no es la misma que un hombre en la selva africana.
Entonces, la definición de los fines le pertenece a los sujetos y utilizar a una persona como un medio es una contradicción que implica considerar a la persona no como una persona.  Por eso a exhorto expreso de no obligar a mi pareja a tener relaciones sexuales, pues espero que la primera vez suceda por libre voluntad, a puesto que así será más satisfactorio porque no estará en contra de lo que pienso. Aunque siempre mis fines sean establecidos por mi subjetividad que tanto quiero y respeto.
Quino

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miércoles, 3 de agosto de 2011

Una vez más que no es igual

Andábamos sin buscarnos pero
sabiendo que andábamos para encontrarnos
Julio Cortázar

 Y ¿qué ha sucedido?, ¿por qué me sentiré tan distante de mí? Caminado por las calles de la ciudad, observo las expresiones de quienes se tienen cariño, ensimismados en el arte de transformar lo simple y rutinario en ofrendas al amor: no imaginan la turbulencia dentro de mí. Y vuelvo la mirada. Dentro de la multitud, mis solitarios pasos, retumba en un corazón anhelando atención. Los demás, van caminando en sendas distintas pero a pasos sincrónicos como sus latidos.
¿Dónde está el arrogante que decía no necesitar atención? Aquél que un día le dijo a su mejor amigo; “tú siempre quisiste esa vida de diversión nocturna”, como afirmando; “yo he superado la necesidad de las pasiones y tu eres un ser inferior por ser esclavo de las pasiones”. La verdad es que tengo que tragarme mis palabras. Yo también había querido compartir mi vida y mi alegría con una persona.
Así sucede cuando te fijas en una excelente persona y ella cambia, totalmente, la perspectiva de vida. Una revolución sentimental, una lucha entre la razón y el sentimiento. Siempre fue una guerra fría, la potencialidad de la acción y la responsabilidad de la sensatez. Una vez más “no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.

Director: Carlos Agullo Coloma / 2010 / España


Quino

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martes, 26 de julio de 2011

Es como el agua

Lo recuerdo. Me llené el corazón de diamantes
–que son estrellas caídas y envejecidas en el polvo de la tierra–
y lo anduve sonando como una sonaja mientras reía
Jaime Sabines

Gracias al amor la tierra es el planeta azul. Así es el amor. Podrán acusarme de todo en esta vida pero, jamás, me acusaran de que no he amado. Eh derramado mi amor a lo largo de mi vida, ella es como un rocío de agua que refresca la vida de los demás, no importa si mi amor riega una tierra aunque labrada sea estéril. No importa, de verdad. Y no importa porque mi amor, que es como el agua, siempre podrá alimentar esa tierra pero sobre todo sé, que a pesar de la inclemencia del clima, el sol elevará al cielo mi amor, que es como el agua. El cielo es azul por toda esa agua, todo ese amor, que está en ella. El cielo azul comparte su humedad de amor con un beso hacía la tierra.

A mi amor, que es como el agua, se evapora pero, se condensa, y aunque podrá caer en esa misma tierra estéril ella siempre deja su huella en aquella tierra y seguirá enriqueciéndola inevitablemente. No existe amor más puro que no pueda condensarse. Sí. Mi amor, que es como el agua, caerá siempre en otras tierras más puras y más bondadosas, pero vale mucho caer en tierras estériles. De la misma forma que siempre es mejor defender a un culpable que un inocente (el inocente se defiende per se). La bondad de una lluvia de amor es que ella puede caer en dichas tierras. En gotas poderosas que alimentaran la tierra por igual.

Bastante ha tenido la tierra con el agua, con el amor, que ella ha podido dar la vida en su faz. En efecto, la vida le debe la vida al agua porque mi amor, que es como el agua, tiene la capacidad de originar la vida misma. Decir amor es decir vida. Esa vida que se cultiva hasta en la tierra más estéril.

Y el amor alimenta la vida de la misma forma que el agua lo hace. De amor está hecha la vida y ella siempre encuentra el amor sin que ambos se preocupen por buscarse, es, tal vez, su destino. Tan poderoso es el amor, hasta en la tierra más estéril, que el hijo de Dios nació de ella.
Hormiga llevando una gota de agua: Anónimo

Quino

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