No preguntes quién pone en este canto un alma destinada al sufrimiento y un pobre corazón que te ama tanto.
I Bronces de las ocho y media nos llaman cada mañana -entre tu casa y mi casa-de dos cornisas y un breve saludos de camaradas.
¡Estás tan bella, vestida de crujiente espuma blanca baje ese sol de las ocho que te ciñe y que te alaba!
Sus amarillas saetas bordan en tu pelo el aura que me recuerda las leves imágenes de las santas.
(Pienso que rezarte a ti tal vez me salvará el alma…)
II Las campanas matinales ponen música en la senda por donde a tu escuela vas, por donde voy a mi escuela.
Tontamente, tontamente me vuelve la vieja idea cada vez que nos cruzamos en nuestras rutas opuestas: pienso en el ayer que ataba con una risa dos sendas, cuando jamás nos cruzábamos tú y yo en camino a la escuela.
Con una misma campana, con una misma existencia, y por una misma calle con sol de las ocho y media… Para nosotros, entonces, había una sola escuela.
III La señorita maestra pasa vestida de blanco ; en su oscuro pelo duerme la noche aún, perfumado, y en lo hondo de sus pupilas yacen dormidos los astros.
Buenos días señorita del caminar apurado; cuando su voz me sonríe olvido todos los pájaros, cuando sus ojos me cantan se torna el día más claro, y subo la escalinata un poco como volando, y a veces digo lecciones.
Julio Cortázar