lunes, 19 de septiembre de 2011

Solamente

Hoy me di cuenta que nunca seré más que el buen amigo de cualquier persona. Me subí en un camión del transporte público y procuré buscar un asiento para poder leer. Era un asiento doble y me ubiqué de lado del pasillo. Pocas cuadras después, subió una muchacha muy bonita, no es que ande por allí mirando quien sube o desciende; mejor dicho, noté su presencia por ser una persona joven que ocupó los asientos reservados para adultos mayores, mujeres embarazadas y con discapacidad física.  Cierto es que son asientos preferentes, no exclusivos. Lo que hice fue moverme a lado de la ventanilla para ver si reconsideraba su ocupación en aquellos asientos.
El camión avanzó y la joven no reconsideró, al menos hasta que otras personas abordaron el transporte y subió un pasajero que lo necesitaría. Entonces sí, ella se levantó de su asiento y fue directo hacia el lugar que dejé libre para que, justo ella, lo ocupara. Sin descuidar mi lectura, noté su rostro muy pensativo. Sacó de su bolso una carpeta con hojas, pensé que se pondría a leer, pero tomó un block de Solicitudes de empleo y comenzó a llenar una de ellas. Me compacté más y alcé mis brazos para dejarle más espacio sin afectar mi lectura.
Leí su nombre y su apellido. Cuando llegó en el punto de anotar su CURP detuvo el llenado y se quedó quieta como pensando. -Apuesto que no sabe su CURP-, me dije a mí mismo. Saltó esos espacios y siguió llenando la información escolar, anotando solo los datos de la primaria. Y pasó a la siguiente hoja. Llenó los requerimientos y solo una referencia anotó. Sacó su celular y buscó algo. -Apuesto que no tiene más referencias-, volví a pensar.
Entre tanto, estaba con la idea de Hegel y Marx sobre la soberanía, era mi lectura para una clase de Cultura política. Era una lectura “auxiliar”, mejor dicho, que estaba haciendo para aportar mayores tópicos al debate. Un debate que resultó muy curioso y espero contar en otra entrada.
Entonces, parece que la joven mujer se desesperó; cerró la carpeta, y quedó con la mirada puesta hacia al frente, no realizó movimientos ni ademanes. Sólo guardó silencio. Me acordé de todas las veces que he conversado con extraños en el camión, por ejemplo; del señor que me platicó cómo era la ciudad antiguamente, de una jovencita que me preguntó por un botón que llevaba en mi mochila, del joven seminarista a quien iban a golpear al pretender dar un mensaje, de un ex-militar que me platicó de cuando estaba en la sierra de Guerrero cazando a Lucio Cabañas.  
Ahora, con esta joven mujer, al quedar impávida en el camión, pensé tantas cosas. Y podía decirle muchas cosas; que en la credencial de elector está el CURP, que podía darle mi tarjeta de presentación para ser un referente… y sentí la curiosidad de saber si conoce la Oficina Estatal de Empleo. Todo eso estaba pensando e interrumpí mi lectura, el caso de esta joven mujer era el caso de muchas personas en el país. Me sentí culpable, responsable de su situación.
Sentí la necesidad de decirle muchas cosas. Lo que pasó por mi mente es un dilema ficticio. Sentí mucha inseguridad. Ojalá que no haya notado que me puse nervioso, que dejé mi lectura y de vez en vez la reanudaba leyendo un renglón y abandonándola de nueva cuenta. Lo que pasaba por mi mente es la ficción de que si lo ofrecía mi ayuda ella creería que era para llamar su atención, quizás; sacarle plática para obtener su dirección, su teléfono, su correo electrónico  –los cuales leí en la solicitud de empleo que llenaba–. ¿Le hablo no le hablo?, ¿qué hago?, ¿me veré como un tonto, cómo un “interesado”?
El camión pasó la calle 56 y, entonces, tomé una bocanada de aire profunda, controlé mi nerviosismo, relajé mi voz:
-Hola, disculpa el atrevimiento.
-¿Sí?
-Va a buscar empleo, ¿verdad?
-Sí.
Ese par de respuestas tan cortas, el ceño de su rostro serio, incluso desconcertado, me hizo dudar de mi conversación y comencé a tartamudear un poco.
-Y, ¿ya va a algún lugar específico?
Ella meneó su cabeza asentando una afirmación
-A Dulces Vero- me dijo.
¡Dios! Eso era a menos de tres cuadras de donde estábamos, entonces se bajaría muy pronto.
-Y, ¿No ha ido a la Oficina Estatal de Empleo?
-No, no sé ni dónde está eso que dice.
-Ah, miré está en Paseo Degollado, no recuerdo el domicilio-, su desconcierto me indicó que no sabía cuál era esa calle tan turística en la ciudad. -Ubica el tramo de plazas que están entre el Hospicio Cabañas y el Teatro Degollado, por donde están unas ranas que arrojan agua, o si usted viene del Parque Morelos por la Calzada y sube las escaleras hacia una fuente que parecen una serpiente, donde hay un estacionamiento, y allí, sí hay una piedra con forma de cabeza de serpiente, donde están las personas que transcriben documentos en máquinas de escribir…
Dejé de enunciar los espacios característicos de la plaza al aproximarse su destino. Al fin le dije que fuera allí porque es un espacio donde puede encontrar muchas ofertas laborales, incluso, puede cobrar un seguro para seguir buscando empleo. Ella se quedó atenta escuchándome.
-Gracias, lo voy a buscar, mientras seguiré la entrevista en Dulces Vero.
Se giró y se levantó.
-Que tengas buenos días y mucha suerte-, le alcancé a decir.
Me di cuenta de todo el tiempo que perdí teniendo esos miedos y, para colmo, no le dije lo de la credencial de elector o que podía ponerme de referencia. Me la pasé media mañana lamentando que pude ayudarle más. Sé que vive por mi casa, tal vez me la vuelva a encontrar en algún lugar, quién sabe.
Nunca seré más que un extraño de buena voluntad. No pasaré de ser el niño que le dio dinero a otra niña cuando a ella se le cayó su lonche en la primaria;  del muchacho que intentó alcanzar a un ladrón que robó a una señora; del muchacho que separó a dos señores que se trenzaban a golpes mientras la hija de uno de ellos lloraba desesperada en medio de la avenida; del joven que defendió al seminarista de una agresión; del joven que una vez atendió a una persona que se desvaneció en la calle; el buen amigo que me consiguió un abogado; el conocido que me ayudó a estudiar para lograr ser Magistrado electoral; el tipo de buena voluntad que siempre tiende su mano y que, sin embargo, le cuesta mucho pedir ayuda, le cuesta pedir ser escuchado, le cuesta pedir atención sentimental.
En fin, desde que leí la vida de Juan XXIII, el Papa bueno, me quedé con su encíclica “Pacem in terris” dedicada a los hombres de buena voluntad.
 
 
Quino



Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

martes, 6 de septiembre de 2011

El seis de septiembre fue…

Pediré un deseo (sé que no se cumplirá). Me gusta estar enamorado pero; ojalá la luna pueda salir sin ti.


Quino


Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Para responder qué sucede; mirar hacia atrás

Desde pequeño, o mejor dicho; desde que tengo memoria, veía cosas que otros más parecían ignorar. Había ciertos casos que percibía y me cuestionaba. Recuerdo estar en la Plaza de la Bandera –donde mi papá solía citar a mi mamá a comer–. Yo jugaba entre los árboles que tienen forma de animales, corría entre ellos y saltaba de las jardineras y abrazaba a mamá mientras ella esperaba. Al llegar mi padre, comíamos unas tortas que mi mamá había preparado en la casa.
Me parece que aquella vez fuimos a los saldos de la zapatería CANADÁ (también era el punto de reunión cuando asistíamos a ver la Lucha Libre). Al retirarnos, me di cuenta de una niña vestida en harapos, piel blanca, de cabello castaño, mirada bonita y su cara sucia. Sostenía una caja con dulces que tenía a la venta. Los vendía cada vez que el semáforo detenía el tránsito de Revolución. Habría tenido más o menos mi edad; lo infiero por la estatura y, recuerdo muy bien, aquellos ojos grandotes y redondos que no he olvidado. Nos miramos. No le pude sonreír ni ella a mí. Sólo nos vimos como midiendo las diferencias entre nosotros.
Vivíamos en la misma ciudad, teníamos la misma edad, ella era niña y yo niño. Aún así éramos abismalmente diferentes. La mayoría de mi ropa mi mamá la confeccionaba con sus propias manos, alguna otra la compraba de segunda, en navidad la compraba a crédito en La Surtidora. Mis juguetes los compraba en el Baratillo. Ignoro sí esa niña tenía siquiera alimento caliente. Ignoro sí tenía sonrisas. A penas unos segundos nos vimos y casi podría pararme en el mismo lugar donde la vi aquella tarde, hasta podría reconocerla. Muchas veces pienso en ella. Pero esos rostros no eran los únicos que veía a menudo cuando salíamos a pasear al centro de Guadalajara. Supongo que me impactó ver en esa situación a una persona que podría ser yo. De esa exclusión social no soy ajeno. Nunca lo he sido. Es un golpe tremendo cuando los veo.
Siempre me acuerdo de una escena en las noticias de ECO, recuerdo que la nota era de una mujer que estaba en una cabina de teléfono y fue baleada por alguien. Recuerdo también, una mañana de sábado en misa de la doctrina, el padre nos contaba sobre la guerra, no sé cual guerra. Regresé a mi casa y, mirando al cielo, temía que cayera una bomba de esas que decían en las noticias. Me acuerdo que llegué, subí al cuarto de mis padres, me dirigí al balcón, donde está la máquina de coser que mi madre usaba para elaborar nuestra ropa, y me quedé debajo de la máquina. Estaba asustado, muy asustado.
Otro episodio en mi vida fue cuando se pelaron unos borrachos frente a mí casa. Tendría unos diez años. Aun lado de la casa se expende cerveza. El marido de la hija de mi vecina se peleó con quien estaba emborrachándose. La hija de mi vecina salió a defender a su marido, pero llevaba consigo a su pequeña. Estaba mirándolos desde el balcón y me sorprendí cuando mi hermana, un año mayor que yo, salió de la casa y, quién sabe  cómo, le arrebató a la pequeña y se metió corriendo a mi casa. Entonces me asusté y corrí hacia ellas. Lejos de ver una hermana valiente ella estaba llorando. Alcanzamos a cerrar la puerta cuando otro borracho se acercó y golpeó la puerta con un machete y dio un grito. Nos refugiamos en la cama de mis padres. No lloré pero estaba muy furioso, sentía mucho coraje.
Nunca fui valiente, ni siquiera tenía muchas fuerzas, al menos eso creía. Al entrar a la secundaria me enfrenté con nuevos compañeros que me hicieron la vida escolar insoportable. Casi todo el año escolar era víctima de insultos, burlas y golpes. Un día, un compañero se burlaba de mí señalándome con su dedo. Los dos estábamos sentados, lo ignoré un momento hasta que me hartó y tomé su mano, estiré todo su brazo, mientras seguía sentado y levanté mi pie hasta darle una patada en su costado. Todo mundo volteó a verme y hasta el mismo silencio calló. Recuerdo que se quejó mucho de mi golpe, incluso llegué a sentirme mal por un momento. Fue como una semana que infundí respeto, pero la violencia trajo más violencia. Había un equilibrio de fuerzas entre los más fuertes del salón y yo. De cierto modo era un entretenimiento, nos perseguimos en el recreo y nos propinábamos golpes, lo llegué a ver como deporte, aunque ellos cargaban su persecución con insultos. Yo sólo me defendía y llegué a defender a otras personas.
Ahora ¿qué sucede? La violencia hace presa a todos en este lugar. No son las naves que dejan caer mortales bombas en países del este europeo o en la guerra del Golfo Pérsico, no es en Sarajevo ni es Gaza. Aquella violencia que veía con la exclusión social, que veía en las riñas de borrachos, que sentía en las ofensas de mis compañeros de la secundaria está magnificada en la ciudad donde vivo. No es “allá, muy lejos”, es “aquí, muy cerca”.
La vida es sagrada. Cualquier vida. Nunca me ha sido ajena la violencia. Nunca me sentí indiferente ante las heridas, el asedio o los insultos. Daría mi vida por un mundo mejor; con paz, con inclusión social. Calderón dice que el narco hace uso de actos terroristas, Porfirio Muñoz Ledo dice que no es terrorismo porque no está presente una ideología y una intensión de transformar las instituciones del Estado. Creo que se equivoca Muñoz Ledo. Son actos de terrorismo porque las acciones del narco se fundamentan como un medio de propaganda. Su propaganda está fundada por una ideología; la del dinero fácil, a su vez, motivada por una base social que ha visto en el narco un modo de vida. Claro que pretende modificar las instituciones del Estado para procurar la existencia del narco.
Exclusión social, económica y política de millones de personas, como aquella pequeña niña harapienta de mirada bonita, de ojos grandotes y redondos. La puerta falsa de salir de la realidad llevando al extremo los placeres como aquellos borrachos que se peleaban frente a mi casa. El anhelo de la dominación como mis compañeros de la secundaria que trataban de dañarme. Todo eso fue la tragedia anunciada de mi país. El caldo de cultivo perfecto para una cultura de la violencia generalizada.
El Estado (¿qué Estado?). El Estado ausente, aquí no opera el Estado. Aquella organización política que debía proteger los derechos de sus ciudadanos fue el primero en abandonar la plaza y abonarla para la violencia. Hizo de los excluidos el capital social de la violencia. El Estado no está allí para retraerse, el Estado tiene una función social cuya actividad no es exclusiva de la seguridad pública. El Estado no debe ser limitado en cuanto sus funciones sociales de protección de la vida, sino debe abarcar la acción inmediata de sostener la vida, una vida digna de ser vivida.
La paz no se garantiza por medio de las armas, ni por la sangre de las vidas culpables o inocentes. Amor, hace falta amor a la vida, a cualquier vida.
Quino


Derechos Reservados © 2011; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.