Los besos por escrito no llegan a su destino,
se los beben por el camino los fantasmas.
F. Kafka
Ha leído un libro, uno de aquellos que compró en la feria del libro.
Los mismos pensamientos que muy a menudo tiene sobre ella lo han dejado leer
solo tres páginas: La historia de una mujer que desaparece y lo difícil que es
ocultar lo que se siente por ella. Le ha calado y se ha puesto a escribir estas
líneas. Lleva días esperando contestar, se ha resistido porque es un ciclo que
camina sin llevar a ningún lado. Le arrancó las alas… ¿le arrancó las alas?
Ella no lo busca, no porque no quiera, aunque le hace falta. También siente
un vacío sin ella. Él lo niega en cada momento, se lo niega a sí mismo. No
puede olvidar la última vez que la sujetó con firmeza de la mano, en medio de
aquel centro comercial, en medio de otras personas que no se daban cuenta de lo
que acontecía. –Quédate conmigo–, le dijo sosteniendo su mano y ella alejándose
con el frío recorriendo su cuerpo.
Unos días después, el tiempo suficiente para ajustar los 5 años, 27
días y un par de horas desde que se conocieron, decidió lo que para ella era inevitable:
tal vez el paso siguiente. La propuesta que cortó sus alas. Se dio cuenta de lo
terrible que era cuando de ella brotaron las lágrimas. –Nunca la vi llorar por
mí– pensó. Pese a esto, él quiso besarla, y le pidió que se quedara con él. No
quería hacerlo, pero era el paso siguiente.
Los días que pasaron y todavía hoy, ha evitado el encuentro. La ha
visto a metros de él, en el pasillo, al bajar las escaleras, en la cafetería,
en el estacionamiento, con la duda de haber hecho lo correcto. Se ha quedado
muchas veces con el corazón apachurrado que ahora se lo apachurró a sí mismo.
No hay peor distancia que la del corazón.
Tal vez un día la busque, un día que sea tarde para ambos. Sí, te
extraña, sí me haces falta.