Sobre el pasillo hojas crujían envueltas en la
sombra, no tenía idean de cómo llegaron. El viento que rechifla deslizándose
por la pared del edificio era una buena hipótesis. Una puerta, diecisiete escalones
nivel por nivel, una puerta, una puerta, el tungsteno de la ciudad se cuela por
la pared donde se desliza el viento y penumbra. El cielo de Monet sobre la
avenida, sobre la fuente de La Normal. Smog, ruido y pesado aliento de ciudad
en las misteriosas viviendas del centro de Guadalajara.
De pequeño siempre creí que al centro sólo se venía
cada mañana del 16 de septiembre, a las compras de la Parisina, para huir de
los portales al insoportable olor de las donas en aceite de coco, para estar en
el regazo de mi madre que me llevaba a comer al desaparecido Mercado Corona o
para ir a la lucha libre en las cercanías de Obregón. Por su puesto, pensaba
que nadie vivía en el centro y todos los camiones no iban a él sino para
regresar a la periferia. El adoquín rojizo y blanquecino sirve también de suelo
para quien compra la merienda de quien amanece en el viejo centro. Ahora lo sé.
Vivir sin la familia y la triste distancia de
quienes, sin serlo, te dicen papá. Supe valorarlos todavía más, a mi padre
sobre todo quien para dirigirse a mí habla de usted cada vez que los visito,
como si salirme de la casa le haya dolido en el orgullo. Dejé la casa, no el
hogar. También mi padre tomó rumbo a esta ciudad de la pequeña porción de
tierra purépecha donde creció sin más educación que la recibida en dieciocho
años y con más sabiduría de los trabajos con mi abuelo en las casonas de adobe
y tejas, en la experiencia de la capitanía de puerto y en el pastoreo de vacas
en el cerro a penas asomado el Sol, bebiendo agua del rocío en las plantas.
Despertar en el suelo sin tener alimentos, amagarse
en mezclilla o en algodón y poliéster cuando hay junta o clases por la noche. Estrechar
la mano de un presidente derrocado, un líder de partido, ex candidatos,
directivos de Twitter. Bases de datos y códigos entre varianzas y tablas de contingencia,
GPS y representatividad geográfica de la muestra, un amor e incontables horas en
el computador, las reuniones, los galletas de la máquina y el café en INTEL, la
vida tendida en una silla neumática, trabajar en la madrugada para los enlaces
en China. Tamales en Circunvalación, dulces en la tienda de París, fruta picada
de Lope de Vega, gorditas de chicharrón en Lerdo de Tejada, las ensaladas en
Centro Magno y los pastes en Juárez.
Vivir en el centro y no pasear en él: las idas al
Walmart en Patria o el Aurrerá de Chapultepec, el Soriana de Colón, 35 minutos
caminando a la casa donde duermo y mi hogar en la Estancia o en el Zalate. La
vista magnífica, por un lado el centro, por el otro, muy lejos, lo árboles de
El Centinela, el escritorio dará al ventanal hacía la avenida, la copa de las
ceibas me distraerá. Los motores; cambios de velocidad; el dual y el claxon son
los efectos perniciosos de mi ideal.
Una mesa, dos sillas; el comedor. La alacena, una
bolsa tejida, el fregador y una parrilla, tres platos, tres vasos, dos cazuelas,
una de barro pesado; la cocina. Un clóset, una mesita, dos bancos, cobijas
sobre el suelo; el dormitorio. Vivir al día en seis meses. Pagar la renta, vivir sin ti y seguirás con él.
Joaquín
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