lunes, 24 de marzo de 2014

Idus Martii

“Enamorarse
sabiendo que todo está perdido
y no hay ninguna esperanza”
Las batallas en el desierto: José Emilio Pacheco


Quise demostrarle que puedo ir con ella siempre que no se aleje de mí, que es lo único que le pido. Puedo estar cuando quiera, cuando lo precise, puedo no estar donde ella me diga a la hora que no me pida.

Fue hermoso, la esperé desde temprano cuando emergí del subterráneo y supe que la reunión se posponía para otro día. Se trataba del marco teórico para el análisis del comportamiento electoral en el distrito 17 local. Nada nuevo, al menos para mí, pero tenía que consensuarlo. No se llevó a cabo, y no dudé en ir a buscarla. No importaba nada, quería verla, quería sentirla, quería oírla, quería tocar su mirada con mi vida.

Pensé que se enojaría, mucho, muchísimo. Construí un sinfín de escenarios y todos llevaban un aire de fracaso. Nada era cierto hasta que la tuve enfrente. Un tiempo mágico de primavera. Ella estaba infinita, dispuesta en el absurdo mundo de aviones que desaparecen, de vidas que se pierden, de hombres como yo que se enamoran apenas despegando la cordura. Qué tiempo aquel que mi sombra acompañó su brillo de esmeralda. Dulce mujer aquella que he llamado Dulcinea, obvio, el amor imposible, pero no por ello improbable.

La esperé casi cuatro horas, pero la estuve esperando desde aquel 6 de diciembre, como aquellos caballeros cursis de poemas y poesía; Benedetti, Sabines, Cortázar, Juan Rulfo, Sabines… aquellos hombres cursis que amaron con lealtad con los pies en la tierra ¿importan si se adorna lo real con versos? Te describo y les recito a los demás cómo eres, no porque te atribuya cualidades que dices no tienes. Así me enseñaron a mirar, “sólo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Es así, es cierto, no es un mero irreal constructo sintáctico. Sé cómo eres, sé que hay cosas en ti que no podría sobrellevar, también sé que vale la pena. Así he aprendido a amar contigo, para ti, sin ninguna esperanza porque el amor es un fin por sí mismo.

Pude mirarte entre libros, como muchas veces te he imaginado encontrarte en la Gandhi. Con tu cabello hacia el piso, tu mirada pegada a los libros que delicadamente eliges para ti, y sólo para ti. Me regalaste un libro, fue un extenso momento de ternura que aún persiste. Así te había querido ver, en silencio y en secreto. Podía sentir la nostalgia de tenerte a mi lado sabiendo que todo está perdido y que lo único que puedo hacer es quedarme allí, sin hacer ruido, sin levantar sospechas. Porque quiero tener mi vida contigo, porque es difícil compartir este mundo sin que nuestras vidas se crucen. Quiero que no te alejes de mí. Quiero vivir cada latido tuyo aunque no sea para mí. Aunque mi vida se detenga, todo el amor que he dispuesto para ti será para mí la vida después de la vida.

Quien te quiere y te ama.

Joaquín
PD: Cuando quieras, puedes casarte conmigo

Derechos Reservados © 2014; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.


lunes, 17 de marzo de 2014

Idus de marzo


Ayer, poco antes del medio día, aprovechando la sombra y el fresco de los últimos días de invierno, me puse a pintar un mueble que mi madre me había encargado desde tiempo atrás. Había comenzando a lijar la pintura vieja en los días fríos de diciembre después de la navidad, lo hice el día que comencé a re-leer Cien años de soledad, pero al cabo que el clima se hizo más frío, abandoné el proyecto.

Sólo faltaba pintarlo y montarlo en la pared, tal como mi madre lo quería. Mis sobrinas me acompañaron, ellas jugaban consigo mismas, gritaban, se perseguían, se tiraban al suelo a observarme y volvían a distraerse en sus juegos. En un momento, una de ellas se mantuvo a mi lado, pero la distrajo un vecino que salió a la calle a jugar el balón con dos de sus hijos; uno de cinco y el otro de tres años.

Mi sobrina quedó absorta y en silencio mirándolos. Parecía dominar la voluntad de sus instintos. No imaginé que le ocurría. Entonces, rompí el silencio de la misma manera que golpeaba el viento de marzo. Le pregunté acerca de lo que ocurría. Volteó hacía conmigo, me miró, y con unas palabras de desaire sobre sí, más entonadas al reclamo, me dijo: -¿Por qué nunca sales así conmigo?

Sintió el derecho de reclamarme. En ese momento solté una pequeña risa, una risa nerviosa, como se dice. Me había roto el corazón. Lo único digno que puede contestar fue que más tarde la llevaría a pasear. Momentos después, llevé mis sobrinas al mercado de San Joaquín, y compramos flores: rosas para nuestras mamás.  

Quino

PD: Entonces ¿Te casarías conmigo, G?

Derechos Reservados © 2014; Ley Federal del Derecho de Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma ley. Estados Unidos Mexicanos.