“Enamorarse
sabiendo que
todo está perdido
y no hay
ninguna esperanza”
Las batallas
en el desierto: José Emilio Pacheco
Quise demostrarle que puedo ir con ella siempre que no se aleje de mí,
que es lo único que le pido. Puedo estar cuando quiera, cuando lo precise,
puedo no estar donde ella me diga a la hora que no me pida.
Fue hermoso, la esperé desde temprano cuando emergí del subterráneo y supe
que la reunión se posponía para otro día. Se trataba del marco teórico para el
análisis del comportamiento electoral en el distrito 17 local. Nada nuevo, al
menos para mí, pero tenía que consensuarlo. No se llevó a cabo, y no dudé en ir
a buscarla. No importaba nada, quería verla, quería sentirla, quería oírla,
quería tocar su mirada con mi vida.
Pensé que se enojaría, mucho, muchísimo. Construí un sinfín de
escenarios y todos llevaban un aire de fracaso. Nada era cierto hasta que la
tuve enfrente. Un tiempo mágico de primavera. Ella estaba infinita, dispuesta
en el absurdo mundo de aviones que desaparecen, de vidas que se pierden, de
hombres como yo que se enamoran apenas despegando la cordura. Qué tiempo aquel
que mi sombra acompañó su brillo de esmeralda. Dulce mujer aquella que he
llamado Dulcinea, obvio, el amor imposible, pero no por ello improbable.
La esperé casi cuatro horas, pero la estuve esperando desde aquel 6 de
diciembre, como aquellos caballeros cursis de poemas y poesía; Benedetti,
Sabines, Cortázar, Juan Rulfo, Sabines… aquellos hombres cursis que amaron con
lealtad con los pies en la tierra ¿importan si se adorna lo real con versos? Te
describo y les recito a los demás cómo eres, no porque te atribuya cualidades
que dices no tienes. Así me enseñaron a mirar, “sólo se ve bien con el corazón,
lo esencial es invisible a los ojos”. Es así, es cierto, no es un mero irreal
constructo sintáctico. Sé cómo eres, sé que hay cosas en ti que no podría
sobrellevar, también sé que vale la pena. Así he aprendido a amar contigo, para
ti, sin ninguna esperanza porque el amor es un fin por sí mismo.
Pude mirarte entre libros, como muchas veces te he imaginado encontrarte
en la Gandhi. Con tu cabello hacia el piso, tu mirada pegada a los libros que
delicadamente eliges para ti, y sólo para ti. Me regalaste un libro, fue un
extenso momento de ternura que aún persiste. Así te había querido ver, en
silencio y en secreto. Podía sentir la nostalgia de tenerte a mi lado sabiendo
que todo está perdido y que lo único que puedo hacer es quedarme allí, sin
hacer ruido, sin levantar sospechas. Porque quiero tener mi vida contigo,
porque es difícil compartir este mundo sin que nuestras vidas se crucen. Quiero
que no te alejes de mí. Quiero vivir cada latido tuyo aunque no sea para mí.
Aunque mi vida se detenga, todo el amor que he dispuesto para ti será para mí
la vida después de la vida.
Quien te quiere y te ama.
Joaquín
PD: Cuando quieras, puedes casarte conmigo
Derechos Reservados © 2014; Ley Federal del Derecho de
Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma
ley. Estados Unidos Mexicanos.