“…no se puede cambiar de corazón
como de camisa sin perder la sonrisa…”
Andrés Calamaro* (Upps!)
Alucinaste que rasuré mi bigote de los cuarenta, porque me di cuenta
que ni así te fijaste en mí, a seis días de haber acordado que saliéramos de
nuestras vidas y que deseaba no volverte a encontrar, a seis días de que nos hubiéramos
visto en persona, de que te hubiera prometido que me quedaría contigo y me portaría bien para
compartir esta ciudad. Para haberte encontrado cuando subías las escaleras
mientras yo subía por la rampa, dirigiéndonos al mismo punto donde quizás nos encontraríamos los
tres, hubiera tenido que salir de mi casa a las ocho de la mañana de aquel
jueves para dirigirme a la facultad, hubiera tenido que ir de biblioteca a la
calle, de la calle a la biblioteca, de la biblioteca a las ventanillas de
control escolar. Hubiera tenido que encontrarme a uno de nuestros amigos y que comenzara
a hablar de ti, de él, de mí, de nosotros, de por qué nunca asisto a sus
reuniones, o de por qué no fui a tu examen de posgrado o de que te verá en unos
días y esperaba que fuera con ustedes.
Para haberte encontrado en aquel lugar, en el momento justo, hubiera tenido que enredarme en
palabras para evitar contestar esas preguntas que me causaban tristeza. Hubiera
tenido que ir de nuevo a la biblioteca, asistir a una chica en su tesis, y
decidir que esa jornada en la facultad había de terminar. Hubiera tenido que
decidir dirigirme al tren ligero para así subir por la rampa y en medio del
tramo detenerme.
Para encontrarte en ese punto, nuestros pasos debían estar finamente
sincronizados para evitarnos. Detener el curso del destino, como un ejemplo más
de que las cosas no pasan por que así lo evitamos. De que nuestras miradas deberían
estar sincronizadas para levantar la vista y tú girar la mirada a la izquierda
y yo girar a la derecha para reconocernos. Me hubiera quedado helado con la
emoción y la sonrisa que, a pesar de todo, siempre florecía en mí cada vez
que te veía, pero encontrarte allí, en ese
momento, con él detrás de ti, siguiéndote. No te hubieras detenido por mucho
tiempo porque él te hubiera alcanzado y habiendo girado su vista hacía donde
veías, seguiste su camino. Aunque sincronizados nuestros pasos y nuestra vista
en la intersección de nuestros caminos, no obstante, eran nuestras vidas las
que se bifurcan.
Porque los hubiera seguido. Hubiera estado a unos metros de ti logrando
escuchar tu vos por última vez frente a la cafetería, te hubiera alcanzado la
mano frente a las bancas que por un año procuramos para la clase de estadística,
justamente allí cuando pensé por primera vez, antes de tu examen en diciembre
de 2010, decirte lo mucho que me gustabas, lo especial que comenzaste a
significar para mí cuando te quejabas de una persona que parecía no darte importancia, la misma que caminaba cerca de
ti aquel jueves en que me alucinaste en la rampa mientras subías las escaleras.
Te hubiera pedido hablar contigo, disculparme que las últimas palabras
que te habían escrito fuera un “cállate”, un “cállate” que no sólo escribí, lo
pensé y lo dije, porque no podía soportar más que me dijeras que sí me llegaste
a querer. Y sin embargo, me hubiera ido corriendo para alcanzar el tren. Hubiera
tenido que correr como loco huyendo de nadie, sino de mí, a vigilar el desierto donde espero encontrarte
para mí, donde sólo mi lucidez puede encontrarte; en mi imaginación.
Me alucinaste, sí, porque la única ironía es que me busques sin que
pienses quedarte conmigo y, aun así, extrañarte todavía.
Joaquín
Derechos Reservados © 2014; Ley Federal del Derecho de
Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma
ley. Estados Unidos Mexicanos.