23 de enero 2013, miércoles
Hace varias semanas, salí a correr por la noche
y cuando regresaba a la casa miré varias baterías regadas por el piso. Detuve
mi paso, las tomé una a una. Delante de mí, se acercaba una persona que por
fijarme en las baterías en el suelo sólo había notado que venía en mi
dirección. Tenía las cuatro baterías en la mano cuando fui levantando la
mirada. La chica que venía hacía mí se había detenido y noté su sonrisa.
Entonces el recuero. Ambos coincidimos en la escuela primaria, pero
en clases distintas. Me acuerdo mucho de ella porque me fascinaba mirarla; era
(y sigue siendo) una mujer que destellaba ternura. Conforme fuimos madurando me
di cuenta que se hizo una mujer bastante atractiva. Ella siempre llegaba
temprano, pero a diferencia de mí, se iba directo a su salón de clases, yo me
quedaban en las gradas del patio cívico y de frente al asta bandera de la
primaria Sor Juana Inés.
En quinto de primaria crucé mis primeras
palabras con ella, en efecto, era bastante dulce al hablar. Practicábamos un
baile, pero no recuerdo para qué festival. Ella estaba a dos parejas de mí. En
un descanso, sentados en el piso, hubo algo chistoso y se dirigió conmigo para
comentarlo. Me sorprendió que me hablara si nunca lo habíamos hecho. Fue
bastante simpática. No volvimos a cruzar palabra alguna, sino hasta la
secundaria.
Entré a la secundaria Ricardo Flores Magón,
ella quedó en mi grupo. Era la quinta de la lista y yo el 49. Como siempre he
sido, pocas veces le hablé por timidez. Cuando me dirigía a ella lo hacía como
si fuera una mujer adulta, lo hacía de forma seria. Ella fue la primera mujer a
la que le dije que me parecía muy linda. Recuerdo en un receso que me acerqué a
ella y le dije: “Con todo respeto, eres muy linda”. Me vio a los ojos y lanzó
una sonrisa con todos sus dientes al tiempo que decía, gracias.
Como esa sonrisa que me miraba al levantarme del
piso donde recogía las baterías aquella noche que salí a correr. Era verdad que
estaba allí, casi a media noche, mirando cómo recogía las baterías del suelo y
frente al mismo edificio de la secundaria donde le dije que era muy linda. Fue
inconfundible su sonrisa y sus delicadas piezas de mujer que destellaban
ternura, como todas las mañanas en que la seguía con la mirada hasta su salón
al pasar por el patio cívico de la primaria, yo; sentado en las gradas de frente
al asta bandera.
Me sentí apenado por un momento. No muchas
personas recogen baterías del suelo para evitar la contaminación por metales
pesados. Ella, con su sonrisa desplegada, la recibí con un “hola, buenas
noches”. Platicamos un momento recordando las amistades de aquella época.
Resulta que ella se casó con chico que era mi compañero de la primaria y tienen
un varón como hijo. El azar es tan caprichoso. Honestamente, nunca me enamoré
de ella. Eso creo. Nunca sentí sentimientos hacía ella, salvo la atracción de
esa ternura que siempre la acompaña, como una sombra alegre sobre sí misma.
Mientras hablábamos, pasaba cada batería por
mis dedos, estaba algo nervioso por el encuentro. Puedo decir que no soy tan
común, si no me preocupara cada batería que está en el suelo de la Tierra, me
hubiera seguido de largo y no hubiese tenido ese encuentro ni ese momento
bochornoso. Supongo que a ella no le dio importancia. No debería haberme
sentido así, pero seguro se fue pensando que me dedicaba a recoger cosas del
suelo. En fin, me gusta encontrarme
viejas amistades, porque me gusta disfrutar de un sentimiento añejo que sólo se
recobra cuando precede del: “te acuerdas cuando…”.
Quino
Derechos Reservados © 2013; Ley Federal del Derecho de
Autor: véanse en especial artículos 3°, 4°, 5°, 11, 12, 13 y 17 de la misma
ley. Estados Unidos Mexicanos.