…Una lucha a muerte entre un amor sin medidas
y una cobardía invencible…
Nunca había leído alguna obra completa de Gabriel García Márquez. Aún no término el que será mi primer libro de su autoría: Cien años de soledad. Aunque me parece apresurado escribir sobre dicho texto, lo cierto es que tengo la necesidad de hacerlo antes de concluir su lectura.
Es muy poca literatura la que he leído. A penas y conozco los autores. Si no fuera por mi profesor de Literatura de la preparatoria 2, no tendría ni un solo autor que me gustara como Francisco Rojas González, José Emilio Pacheco, Mariano Azuela o Juan Rulfo y algunos otros como Antoine de Saint-Exupéry, Máximo Gorki, Oscar Wilde, Víctor Hugo, George Orwell.
El primer libro que leí fue El principito. En el año de 1993 cuando tenía ocho años, mi padre lo compró para mí en la librería Gonvill que está en la Plaza Revolución. Me maravilló la idea de viajar por el universo visitando planetas, conociendo personajes variados. Mi padre tenía muchos libros y revistas que ya había hojeado y, en su juventud, coleccionaba un cuaderno con calcomanías de naves y misiones estelares.
No había dinero para obtener más ejemplares, pero recuerdo el día en que mi padre compró, en abonos, una enciclopedia de cuatro tomos de National Geographic que vendían en la Unidad Administrativa Prisciliano Sánchez. Los libros incluían experimentos caseros de física y una historia de viaje por el sistema solar mismos que leí y releería por mucho tiempo durante mi infancia y adolescencia. También recuerdo el día en que mi padre (nunca supe y no le he preguntado cómo los obtuvo), trajo una enciclopedia del espacio exterior, que hace un recuento desde los primeros satélites soviéticos (mi primera bicicleta, que tuve en el 2004, le nombre como el primer satélite soviético; Sputnik) hasta la más moderna estación espacial.
Mi padre compró en el baratillo un libro titulado Los grandes acontecimientos del siglo XX. Tal vez fue el primer libro sobre el que derrame lágrimas. Es un voluminoso libro que da cuenta de los acontecimientos que marcaron e influyeron el rumbo del siglo pasado hasta 1980. Ese libro me trasmitió el miedo a la guerra. Marx afirma que el conflicto es el motor de la historia. En efecto, el conflicto bélico es el común denominador del siglo XX, también es el conflicto el motor de la modernidad. La economía de guerra ha impulsado la carrera espacial. La misma carrera que me maravillaba con El Principito o con los viajes estelares imaginarios. No sabía que estaba sustentada en la violencia.
De forma similar García Márquez desarrolla la historia de los Buendía en Macondo. No tengo idea sí aquél hombre de literatura se vio influido por Marx, o el antecesor de Marx Juan Jacobo Rousseau. Yo creo que más bien por este último. Rousseau, en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, expone que el hombre es un buen salvaje, y que vive en franca armonía con lo que recibe de la naturaleza y con las relaciones entre sus pares. Sin embargo, para Rousseau, el desarrollo de la propiedad privada y de los instrumentos modernos pervierten al hombre. Así, como afirmó Tomas Hobbes, el hombre se convierte en lobo de sí mismo (Lupus est homo homini).
El origen del mal está en los buenos propósitos. Melquíades al liberar a Macondo de la ignorancia trajo consigo el inicio de la perversión. Tal vez la peste del insomnio era un remedio natural que devolvería la paz a Macondo, aunque de hecho la ciudad se fundó por José Arcadio a propósito de darle muerte a Prudencio Aguilar. Regresó Melquíades a restaurar los sueños y la memoria de los habitantes de Macondo frustrando el restablecimiento de la paz en Macondo que la epidemia del insomnio hubiera devuelto.
En mi lectura parcial de Cien años de soledad me preguntaba cuál era la historia principal o el personaje principal. No pude establecer un personaje central ni una historia central. El personaje y la historia central es el entramado de todos los personajes con los contextos de esa sucesión de casos. Sin embargo, creo que Melquíades es el impulso de los personajes y la soledad es el eje por el cual gravitan. Es el pacto con la soledad.
A una semana de comprar el libro en la misma librería que mi padre compró, en 1993, el libro de El Principito, estaba en la reflexión de Úrsula sobre sus hijos y descendientes que sentí mis ojos llenarse de lágrimas. Detuve la lectura, en ese momento no tanto porque estaba a punto de abordar el tren ligero en la estación La Aurora, sino por el golpe de realidad que me llegó.
En efecto, yo no fábrico pescaditos de oro o hago tejidos interminables pero de alguna forma tengo un pacto sincero con la soledad. Tal vez estoy bajo un castaño con amarras invisibles. Como diría Sor Juana Inés aunque “estudio para ignorar lo menos” en realidad lo hago para abstraerme del mundo y mantenerme en la paz de la soledad debajo de un castaño. La soledad sería para los Buendía el regreso al estado natural que Rousseau concebía con el buen salvaje. Es por eso que el coronel Aureliano había renunciado a la vida pública no aceptando la pensión militar, para no mantenerse en la apasionada ilusión de la esperanza sino sumergido en la certeza de la soledad de la paz.
¿Habré llorado en el vientre de mi madre, mucho antes que sobre un libro?
Quino
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